La única mujer graciosa del planeta
La comedia audaz y la buena escritura surgen de encajar palmaditas condescendientes y humillaciones cotidianas
Pedimos la tercera cerveza cuando mi amiga me explica que en 1998 trabajó subtitulando películas. Cada mañana soplaba el café con leche mientras encendía el ordenador en un pisito de la calle Amigó. Pese a su cinefilia, no le era fácil traducir los films rusos. "Es el trabajo de tu vida, ¿eh?", mascullaban los técnicos de la empresa. En ese lugar se escuchaban más comentarios babosos y gemidos que en un motel de tabiques finos. Mi amiga subtitulaba películas porno.
Estoy convencido de la calidad de su trabajo, especialmente cuando traducía idiomas desconocidos, porque era ahí donde inventaba desplegando su verdadera vocación: escribir. Ahora, anécdotas como esta, me cuenta Lucía Lijtmaer, desfilarán en un libro que publicará en Destino con el título 'Yo también soy una chica lista'.
Hablamos entonces de un fenómeno curioso: con las escritoras sucede como con el payasín de la clase o el loco del pueblo. Cuando aparecen dos que exploran territorios limítrofes, los tíos nos sentimos impelidos, taimada o inconscientemente, a lanzarlas a un ring de barro o a una pantalla de 'Street Fighter II' para medir quién es la mejor. Solo puede quedar una.
Ni siquiera sucede solo en esta disciplina. Hadley Freeman lo explicaba muy bien cuando denunciaba que se comparara en la prensa a Theresa May y Angela Merkel no por sus medidas neoliberales, sino por el uso de trajes en colores menta y turquesa. Es decir: por ser mujeres y políticas.
CAITLIN MORAN
Horas después, estoy leyendo 'Un libro para ellas', de Bridget Christie, desternillándome cuando se queja de que en los clubs de comedia la presenten como "mujer humorista": "No hay que destacar ese hecho. No es una luz estroboscópica. Nadie va a sufrir un ataque epiléptico. Salvo que el espectáculo tenga lugar en Arabia Saudí". Un colega me pregunta: "¿Qué tal está?"”. Contesto: "Muy bien, muy bien, pero no tan bien como Caitlin Moran". Lo he vuelto a hacer. Dudo que enmendara a Saul Bellow comparándolo con Philip Roth. O que alguien comente mis columnas con un "el chaval intenta currárselo, pero son mejores las de Jordi Puntí" (el ejemplo es fallido, porque indudablemente lo son).
Caitlin Moran, esa autora que te fractura el esternón a carcajadas cuando explica cómo descubrió el autoplacer gracias a unos desodorantes "con tapón abovedado de color rosa", no es más o menos graciosa que Christie o Lijtmaer. Lo que sucede es que las tres son más graciosas y lúcidas que tú, lector. Y por supuesto mucho más que yo. Entre otras cosas porque la comedia audaz y la buena escritura surgen de encajar palmaditas condescendientes y humillaciones cotidianas, como la de que idiotas como nosotros las comparemos constantemente como si solo pudiera existir una única mujer graciosa en este planeta.
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