Cláusulas cripsi o aposemàticas
Al abuso de los bancos no le debe suceder el abuso del cliente y su asesor
Josep-Maria Ureta
Periodista
JOSEP-MARIA URETA
Debemos a Jorge Wagensberg no solo lo que se expone en Cosmocaixa sino también su sutil redacción de los textos que acompañan a decenas de propuestas prácticas para entender el mundo que nos rodea.En uno de los pedestales hay dos peceras iguales en tamaño y paisaje. En una hay peces de colores vistosos azules que combinan el azul, amarillo y negro en sus escamas. En el otro, un fondo marino en el que apenas se puede distinguir a un lenguado camuflado entre los matices de la arena. Son dos maneras de informar al resto del hábitat. Los colores advierten del peligro, comérselos es desagradable o incluso mortal, llevan veneno. De los lenguados tenemos otra percepción: inofensivos en apariencia, apetitosos, pero solo su captura está reservada a los iniciados. A esa distinción los científicos la llaman cripsi y aposematismo.
Parece que estos días tenemos un caso asimilable en la relación entre bancos, sus clientes y el Gobierno, a cuenta de la sentencia europea que considera la ‘cláusula suelo’ un abuso porque el cliente no fue informado debidamente de este riesgo.
Conociendo las prácticas bancarias españolas es más que justa la decisión/exigencia. Abusan, como perciben los jueces de Luxemburgo. Van de lenguados y son peces de colores.
La ofensiva posterior también debería preocupar. Se ha enturbiado el fondo de la cuestión. Es jurídica, y en eso se aprestan a resolver los cuerpos del Estado que nos gobiernan (¿tanto registrador, notario, abogado del Estado y juez no vieron los abusos?). Es también financiera, porque además de tener España banqueros y bancarios de escasa eficiencia, han puesto una vez más en dificultad la solvencia de las entidades que dirigen. Aparece así el aposematismo: disfrazan de riesgo para su materia prima, el dinero que les confía el ahorrador, para la fauna ajena a ellos, los inversores que adoptan la dimensión del pececillo de color brillante que no advierte de su riesgo, pese a que su tamaño real equivale al de un tiburón.
Al Gobierno le cuesta dictar un decreto que satisfaga a sus votantes y acreedores. De idiotas sería desconocer quién sostiene la deuda pública española… y la particular de los partidos.
Vayamos por peceras, como sugiere Wagensberg.
Una. El fracaso estrepitoso de cuantos se han presentado como garantes del Estado de derecho protector de los ciudadanos. Registradores, notarios, jueces (éstos solo reaccionan ante el capón europeo) y legisladores de todo el arco parlamentario se han desentendido durante décadas de la protección del ciudadano.
Dos. La solución péndulo, a la española, de convertir al verdugo en reo tampoco va a ayudar al precepto constitucional del derecho a la vivienda digna. Oir y ver desde hace semanas anuncios de despachos que aseguran “la recuperación de todo lo que te han cobrado de más”, insertado entre un anuncio de cómo superar la disfunción eréctil o adelgazar con una dieta de tres días equivale a la trampa del lenguado. ¿Qué comisiones cobran? ¿Distintas a las del banco?
Con todo, el visionado de los peces y su hábitat en la planta inferior de Cosmocaixa se ha de completar con la dedicada a los homínidos en la planta principal y su evolución en la capacidad de comprender. Es falso y digna de combatirse hasta el final la tesis de que quien suscribe una hipoteca no es responsable de no haber entendido las condiciones, e incluso deja de serlo si éstas cambian.
Ojo con quienes se presentan como ajenos al cripsi y al aposematismo en nombre de todas las especies que habitan nuestro mar de cada día.
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