La lacra del machismo
Demasiado feminista
La vida de nuestras hijas no tiene nada que ver con la de nuestras madres
Najat El Hachmi
Escritora
NAJAT EL HACHMI
Me hice feminista viendo sufrir a las mujeres a las que quería. Había normas específicas para ellas que las condenaban a ser menos que los hombres. Hacían tareas más pesadas, trabajaban más y no tenían ingresos propios. Se casaban con desconocidos, tenían un hijo tras otro. A veces sufrían violencia y no solo simbólica.
En ese contexto nace el feminismo, un feminismo que no sabe que lo es porque es instintivo, un puro y primitivo sentido de la justicia que aún no ha tomado el cuerpo de ideología. Es un sentimiento que suele tener poco recorrido en los sitios donde la cultura y la educación se encargan de sofocarlo muy pronto. Pero perdura, como una voz enterrada.
Más tarde, para las hijas de esas mujeres el feminismo fue una herramienta de pura supervivencia. Se nos quería privar de educación, de trabajo, de emancipación. Nos querían encerradas como a nuestras madres y tuvimos que defender con uñas y dientes nuestras aspiraciones vitales. Algunas aún no saben que lo que hacían era feminismo, porque era un proceso individual. Pero estudiamos, trabajamos para tener nuestro propio dinero, decidimos dónde, con quién y cómo vivir. Sufrimos las consecuencias de ser pioneras, atrevidas, subversivas que desafiaban el orden establecido. Nos dijeron de todo, en muchos casos nos forzaron al exilio familiar, pero todo valió la pena, porque la vida de nuestras hijas no tiene nada que ver con la de nuestras madres.
Ahora, cuando hablamos de feminismo, un buen día, después de tantos años de lucha, alguien que no ha vivido nada de todo esto nos dice: «Tampoco te pases». No te pases, como si en la defensa de los propios derechos hubiera grados. No te pases por tu cultura de origen, por respeto, incluso miedo, a tu religión. Ya se sabe que ambas cosas son inamovibles y que para conservar nuestra exótica diferencia tenemos que justificar el machismo que hemos vivido en propia piel. No te pases, me dicen, y yo me río por no llorar.
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