Análisis

Politización de la muerte

La prensa no debe dejar de hacer el papel de perro guardián de la democracia

Rita Barberá sale de su domicilio en València, el miércoles pasado.

Rita Barberá sale de su domicilio en València, el miércoles pasado.

ASTRID BARRIO

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La súbita y prematura defunción de Rita Barberà, tan solo dos días después de su comparecencia ante el Tribunal Supremo como investigada en la Operación Taula relativa a la presunta financiación ilegal del PP, ha causado conmoción, sorpresa y tristeza en muchos ciudadanos y ha acabado siendo instrumentalizada por algunos políticos que la han utilizado en beneficio propio.

Por un lado está la actitud del grupo parlamentario de Unidos Podemos en el Congreso que ha rechazado participar en el minuto de silencio que la Cámara ha dedicado a la memoria de la senadora fallecida poco antes. En vez de eso ha preferido ausentarse y hacer una 'performance' con el argumento de que una fuerza como la suya no participa en homenajes póstumos a personas que «como Rita Barberá tienen una trayectoria política marcada por la corrupción», afirmación que supone un grave atentado contra el principio de presunción de inocencia, habida cuenta de que la finada todavía no había sido juzgada.

Pero es que, además, Pablo Iglesias se ha permitido argumentar, cayendo en la más absoluta de las demagogias,  que los homenajes póstumos deberían ser para las víctimas de la pobreza energética, en referencia velada al trágico suceso de Reus, o a las víctimas de la corrupción. Sus propios compañeros de filas en la Comunidad Valenciana le han afeado este comportamiento, mientras que el grupo en el Senado sí que ha participado en el minuto de silencio.

ATRIBUIR RESPONSABILIDADES

Por el otro, algunos dirigentes del PP han aprovechado la circunstancia para atribuir responsabilidades. Algunos han apuntado directamente a los partidos que más se han significado en su denuncia a los casos de corrupción. Aznar ha ido más lejos y ha culpabilizado al propio PP por la marginación a la que sometió a Barberá desde el momento en que el Tribunal Supremo decidió investigarla. Y otros, los más, han señalado que el fallecimiento ha sido consecuencia del acoso al que algunos medios de comunicación han sometido a Barberá, particularmente a partir del momento -cuando ya había sospechas fundadas de su implicación en casos de corrupción- en que fue designada senadora y miembro de la Diputación permanente del Senado, circunstancia considerada por muchos escandalosa porque le permitía mantener su condición de aforada en caso de disolución anticipada.

Ciertamente, en las democracias de audiencia resulta complejo evitar la llamada 'pena del telediario', es decir la difusión de imágenes de personas investigadas que, en muchos casos, como el de Barberá a la salida del Tribunal Supremo, son además objeto de escarnio público. Atentaría contra la libertad de prensa.

EL PERRO GUARDIÁN

Y también resulta complejo restablecer el honor de las personas sometidas a esa pena cuando la justicia acaba declarándolas inocentes. Pero, en contra de lo que desgraciada y premonitoriamente dijo María Dolores de Cospedal, la prensa no debe parar ni dejar de hacer papel de perro guardián de la democracia.  Porque lo inquietante no es el papel de la prensa sino la banalización constante que algunos políticos hacen de la muerte.