Análisis
El factor 'Gran Torino'
Muchos ciudadanos blancos cada día se reconocen menos cuando se miran en el espejo de aquel gran paraíso de promisión y oportunidades que era EEUU
Ramon Rovira
Periodista. Autor del libro 'Gracias, Estados Unidos'.
RAMON ROVIRA
Walt Kowalski es un veterano de la guerra de Corea. Jubilado de la Ford, recientemente perdió a su esposa después de una larga enfermedad. Desde entonces su vida se ha convertido en una rutina. Mata el tiempo cuidando a su perra Daisy, yendo al supermercado y sacando brillo a los tapacubos de las ruedas de su Gran Torino, una joya del 72. Walt ha vivido siempre en Highland Park, en el estado de Michigan, un barrio de familias blancas y trabajadoras, muchas, como él, empleadas en el sector automovilístico. Pero poco a poco este panorama ha cambiado. Sus amigos de toda la vida se han ido y el entorno se ha poblado de inmigrantes asiáticos. Y eso a Walt le molesta mucho. Le hace sentir un extraño en su propio país. Cascarrabias y malhumorado, añade a los hábitos mantener listo el rifle cuando descubre a un joven inmigrante intentando robarle su precioso Gran Torino. Pero en el fondo Walt es un hombre asustado, desubicado y desorientado. Alguien que después de dedicar su juventud a luchar por la bandera en una remota península asiática, ahora tiene que compartir sus últimos años con unos vecinos que ni entiende ni le gustan. Y que se parecen sospechosamente a aquellos contra los que luchaba.
Walt Kowalski en realidad no existe, es el personaje que encarna Clint Eastwood en la película <i>Gran Torino</i>. Pero estas elecciones norteamericanas han demostrado que la ficción se fusiona con la realidad cuando estados como Wisconsin, Iowa, Ohio, Pensilvania o el mismo Michigan, demócratas con Barack Obama hace cuatro años, ahora han dado su apoyo al republicano Donald Trump. La rabia, la frustración, el odio y el miedo son un cóctel letal cuando se siembra en una tierra de trabajadores y agricultores castigados por la globalización, condenados a ser más pobres que sus padres y atrapados en un ascensor social que no sube sino que hace años solo baja.
Contra la casta
En estas circunstancias, no es excesivamente difícil elegir entre un candidato que aunque sea millonario se autodefine como un hombre del pueblo, que propone cargarse la casta que maneja el sistema, hacer cambios y reformas radicales; y una aspirante con tres décadas de política a las espaldas, que ha tocado todos los palos de Washington y que en el fondo es más de lo mismo. Especialmente para una franja de ciudadanos blancos que cada día se reconocen menos cuando se miran en el espejo de aquel gran paraíso de promisión y oportunidades que era EEUU. Un país que lleva la libertad de elección incardinada en su alma y donde muchos rechazan un sistema sanitario impositivo que atenta incluso contra el libre albedrío de decidir en caso de enfermar. Unos ciudadanos cansados de pagar la fiesta de los gorrones europeos que sacan pecho de su sistema social a costa de los dólares que se ahorran en defensa. Y también unos electores que han hecho un enorme corte de mangas a los medios tradicionales donde sesudos analistas pontifican sobre lo que les conviene, sin darse cuenta de que ya solo se escuchan a sí mismos.
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