A FAVOR DE LA ABSTENCIÓN
Enfrentarse a la maldita realidad
La situación es desesperada porque no tienen elección, salvo que contemplen la opción de seguir perdiendo tiempo y diputados
Jordi Mercader
Periodista.
JORDI MERCADER
El PSOE empezó a negar definitivamente la realidad en la noche del 20 de diciembre del 2015. Al peor resultado electoral de su historia le siguió un intento fallido de investidura por querer pactar a la vez con dos socios incompatibles. Después obtuvo un resultado repeor y aun así construyó en el aire un gobierno de izquierdas desairado por sus propias líneas rojas. Al final, explosionó en mil pedazos por la visceralidad de unas relaciones políticas y personales envenenadas y los estragos de la desorientación ideológica y estratégica arrastrada desde la emergencia de Pablo Iglesias. La temeridad de Pedro Sánchez y la perversidad de los barones han acentuado la derrota en las urnas hasta provocar una catástrofe para su partido. Una crisis oficial, una oportunidad magnífica para enfrentarse a la maldita realidad y al duelo pendiente por la pérdida de su hegemonía en la izquierda.
La culpa de que el PP vaya a seguir gobernando, a pesar de su pesada carga de corrupción y desigualdad social, no puede atribuirse en exclusiva al PSOE; una parte alícuota corresponde al apoyo de los electores a Mariano Rajoy y la otra a la incapacidad del conjunto de la oposición para negociar una alternativa a la derecha. La responsabilidad específica de los socialistas es la de acabar de una vez por todas con el espectáculo. Cuanto antes cumplan con el trámite de la abstención antes podrán comenzar a ejercer su oposición al débil Gobierno en minoría que saldrá de la investidura. Y, sobre todo, antes podrán concentrarse en la recomposición de la unidad de su partido, la identificación de su próximo líder, la actualización programática de la socialdemocracia y la recuperación de su credibilidad como alternativa de gobierno, hoy bajo mínimos y dentro de una semana, una mera hipótesis.
UNA AMENAZA REAL
La situación es desesperada porque no tienen elección, salvo que puedan contemplar la opción de seguir perdiendo tiempo y diputados para obtener el aplauso de quienes han nacido para sustituirles. La división de los dirigentes, de los militantes y de los votantes es una amenaza real para su futuro y les faltará tiempo (el que han desperdiciado desde junio) para hacer didáctica de la pura normalidad democrática de lo que hay que hacer. Esta evidencia, y la falta de tradición del parlamentarismo de responsabilidad, debería aconsejar al comité federal prudencia para con los diputados que expresen incomodidad con la novedad. La amenaza, como en el caso del PSC, es síntoma de debilidad, el anuncio de males mayores.
El PSOE presume de ser un partido de estado y esto implica algunos sacrificios, a riesgo de ser incomprendido por una parte de sus electores, sensibles a la confusión creada sobre el sentido de una abstención en la investidura, asociada a una expresión de confianza por sus detractores. El aval a Rajoy se lo dieron los socialistas con los reiterados fracasos de Sánchez, cuyo único mérito, evitar el 'sorpasso' de la izquierda radical, podría quedar en nada en unas terceras elecciones.
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