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Lluís Solé Fá: «Cuando llaman a casa del obispo, el que abre soy yo»

Lluís Solé Fá, un obispo catalán en Honduras: el relato de 40 años de lucha contra la pobreza y el 'narco'.

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GEMMA TRAMULLAS

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La guayabera blanca de Lluís Solé Fá (L'Espluga de Francolí, 1946) contrasta con el empedrado medieval del palacio episcopal de Barcelona, donde transcurre la entrevista. Este religioso catalán lleva 40 años en Honduras, donde es obispo de la diócesis de Trujillo, en el Caribe. Estos días está exponiendo su experiencia para promover el espíritu misionero de la Iglesia cara al domingo mundial de las misiones, que se celebra el próximo día 23. Más conocida como Domund, esta jornada que invita a los católicos a aportar dinero a las misiones ve como año tras año disminuye la recaudación.

-¿Qué se siente entre las paredes de un palacio viniendo de Centroamérica? Más que el edificio, lo que me causa cierta extrañeza es que aquí, si quieres hablar con el obispo o el arzobispo, tienes que llamar y pedir hora. En Trujillo, cuando llaman a casa del obispo, el que abre soy yo. Entiendo que aquí hay otro sistema, pero eso aleja la figura del obispo de la gente.

-Usted va a manifestaciones junto a la población. ¿Hasta dónde puede involucrarse? Nada de lo humano nos puede ser extraño. Tenemos la responsabilidad de encarnarnos en todo lo que vive la gente, y más aún cuando las autoridades no les escuchan.

-¿Y si la gente decide tomar las armas? La Iglesia no tiene que fomentar ni apoyar revueltas basadas en la violencia. Hay que educar a la población para crear una conciencia de valores y buscar vías pacíficas.

-Esto vale para Europa, pero allí siempre triunfa la impunidad. ¿No están contribuyendo a cierta actitud de resignación? Después de siglos de sometimiento y pobreza puede haber cierta resignación. Pero cuando cada día ves muertos, torturados y descuartizados, lo más peligroso es la indiferencia. La gente dice: «Salgo de casa cada día, pero no sé si voy a regresar». Nosotros les ayudamos a no caer en la resignación ni en la indiferencia y promovemos el cambio.

-¿Cómo era Honduras cuando usted llegó? En 1976 era otro país, y lo digo con mucha tristeza; un país de gente sabia, muy afectuosa y con un amor increíble a la vida.

-Todo cambió con la entrada de la droga. La droga empezó a llegar precisamente por Trujillo a finales de los años 80. Recuerdo el día en que unas mujeres encontraron un fardo de cocaína en la playa y, creyendo que era levadura, hicieron pasteles.

-Es broma... No. La gente no estaba preparada, las autoridades se implicaron y dejaron que el narco secuestrara el país. Nuestra consigna es no aceptar dinero del narcotráfico para cosas de la Iglesia, pero he estado en una misa mientras el patriarca del cartel de Los Cachiros sostenía la imagen de San Isidro con sus guardaespaldas armados detrás. ¡Como una película de la Mafia! 

¿Cómo ha conseguido que no lo maten? No somos una amenaza para los narcos. Estamos hartos de denunciarlo, pero es inútil porque las autoridades y la DEA (Administración para el Control de Drogas) ya saben quiénes son. Estados Unidos no puede vivir sin el negocio de la droga.

-¿Cómo le afectan los escándalos de pederastia en la Iglesia? Me indigna. Además de denunciar los casos y juzgarlos por lo penal, urge revisar los seminarios de todo el mundo. Y si salen menos sacerdotes, pues que haya menos.

-Esto de evangelizar a los pueblos suena muy antiguo. Necesitamos una nueva evangelización, nuevas ideas para anunciar el reino de Dios en el mundo. No puede ser que si el 'padrecito' no da su permiso no se pueda hacer nada; hay que dar más protagonismo a los laicos. La sociedad cambia, pero la Iglesia se ha acomodado y se ha institucionalizado. El gran camino de conversión es que la Iglesia se haga de verdad misionera.