IDEAS

Ponerse a ser leído

George Steiner escribe con una poderosa serenidad, destilando una sabiduría inconmensurable

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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A leer, uno se pone. Voy a ponerme a leer, decimos. Leer es, pues, una postura mental, una disposición. Y hay tantas como clases de lecturas, o de libros. Para simplificar, digamos que hay dos disposiciones genéricas: la evasión, el dejar en suspenso las fatigas y agobios cotidianos, y la introspección, el penetrar en nuestras carencias, desdichas y contradicciones. Fuera o dentro. Supongo que el verano invita a la primera postura, pero tengo a la vista dos libros distintos y excepcionales que nos empujan hacia adentro en un itinerario inesperado y hasta perturbador.

En el grueso volumen de los 'Ensayos literarios' de Carmen Martín Gaite (Galaxia Gutenberg) se reúnen, entre otras, sus cavilaciones sobre la necesidad humana de encontrar un interlocutor (amigo o amado), alguien que sepa escuchar y entender nuestras narraciones y que estimule el deseo de contarlas con esmero: alguien que merezca llamarse 'tú'. También George Steiner trata en uno de sus 'Fragmentos' (Siruela / Arcàdia) este asunto capital, recordando aquellas palabras de Montaigne con las que definía la amistad, o sea la interlocución perfecta: "Porque él es él, porque yo soy yo". El liviano librito de Steiner es una de esas joyas raras que concentran en sus páginas la sabiduría atesorada a lo largo de una intensísima vida consagrada al conocimiento. Este humanista gigantesco se inventa un pergamino carbonizado -su autor, Epicarno, es otra invención suya- en el que apenas se leen algunas frases sueltas que él maneja como aforismos capaces de provocar los interrogantes eternos que inquietan a los seres humanos.

'El mal es', 'Desmiente al Olimpo si puedes', 'Canta dinero a la diosa' o 'Amiga muerta' dan lugar a reflexiones lacónicas y hondas sobre el mal, sus máscaras y su carácter consubstancial a la especie; sobre la omnipotencia sojuzgadora del dinero; sobre el irresoluble litigio entre el ateísmo y la fe; o sobre nuestra mortalidad, sobre la vejez y sus servidumbres, sobre la dignidad y, en fin, sobre la necesidad de que todo ello se humanice convirtiendo la eutanasia en una "opción básica". Steiner escribe con una poderosa serenidad, como si de verdad estuviera glosando unos aforismos latinos cuando, en realidad, está destilando una sabiduría inconmensurable en la que confluyen todos los libros y todas las experiencias. Ponerse a leer estos fragmentos es ponerse a pensar y ser pensado por ellos.

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