Editorial

La obesidad se ceba en los niños pobres

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Afortunadamente, el falso tópico que en épocas pretéritas asociaba el peso de un niño a su salud ha ido menguando a medida que los ciudadanos han ido adquiriendo información sanitaria y dietética. Así, en nuestros lares ya casi nadie desconoce hoy la inconveniencia de que, al igual que sucede con la población adulta, los menores pesen más kilos de los que les corresponde por su edad y constitución. Es más, en su caso la gravedad es mayor, por cuanto el impacto que la obesidad causa en el organismo de un niño puede marcarle de por vida, con efectos tan perniciosos en su salud como alteraciones coronarias, metabólicas y articulares. Sin embargo, el exceso de peso apenas ha descendido entre la población infantil catalana en el último lustro, y además la crisis ha acentuado un fenómeno no por previsible menos preocupante: son los hijos de las familias de clase baja quienes más obesidad presentan (un 20,1% frente al 9,6% de los de familias de clase alta), un efecto directo de la ingesta de alimentos más baratos y con más grasas y azúcares. El margen de actuación de los poderes públicos para revertir esta situación es escaso, y se limita prácticamente al control de los menús escolares, donde ya ha habido avances en la buena dirección. Aunque sus efectos no se noten de un día para otro, las campañas de sensibilización y los programas sanitarios son imprescindibles. Como imprescindible es, por muchas más razones que la obesidad infantil, reducir la pobreza en nuestro entorno.