La clave
Pena de electoralismo
El electorado premia a quienes dialogan para evitar elecciones y castiga a quienes especulan con el regreso a las urnas
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Los 82 días transcurridos desde el 20-D bastan para tomar una instantánea del panorama electoral en España, ante la perspectiva, abominable pero plausible, de una nueva convocatoria a las urnas. La foto demoscópica sale movida, como es lógico en tiempos tan convulsos, pero junto a ciertos claroscuros se cincelan con nitidez los perfiles del estado de ánimo del electorado, que mayoritariamente bascula entre la decepción y el hartazgo.
Malas noticias para dogmáticos atrabiliarios y los apóstoles del tacticismo inmovilista: la ideología irredenta cede paso al pragmatismo, y los ciudadanos toleran mejor los pecados por acción que por omisión. Véase si no la hondura del hundimiento electoral del PP, con Mariano Rajoy transformado en estatua de sal. La encuesta del GESOP retrata a una derecha momificada, desdibujado su liderazgo por la indolencia de no optar siquiera a la investidura, y sus siglas, por una incapacidad pareja para el diálogo y para atajar la corrupción que las corroe. A juzgar por la opinión de los votantes del PP, o la tripulación se amotina pronto, o el capitán llevará el barco a pique.
Un mismo salvavidas
Quien se mueve pero sí sale en la foto es Albert Rivera. Derrotado en las urnas por las expectativas y los intereses creados, el presidente de Ciudadanos transforma en maná la magra cosecha del 20-D con la sola disposición a hablar con todos para evitar otras elecciones. El hiperliderazgo de Rivera, en contraste con la abulia de Rajoy, diluye las fronteras partidistas de la derecha y perimetra el espacio de centro (desideologizado) al que se asoma la España del posbipartidismo.
En las aguas de la ideología líquida también nada con destreza Pedro Sánchez, que aferrado al mismo salvavidas que Rivera sigue a flote pese al naufragio de la investidura. A Pablo Iglesias, en cambio, le pasan factura las maniobras de abordaje al PSOE y el impostado porte de corsario. Podemos hacerlo mejor.
Queda así en evidencia que el electorado premia a quienes dialogan para evitar elecciones y castiga a quienes especulan con el regreso a las urnas. Que todos tomen buena nota: existe la pena de electoralismo.
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