Sin margen a la izquierda

MARC PÉREZ-SERRA

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La huelga del metro de esta semana, que los trabajadores han hecho coincidir con el Mobile World Congress, ha puesto de manifiesto las contradicciones a las que un movimiento de izquierdas debe enfrentarse una vez que ostenta el gobierno.

Estos últimos días la alcaldesa Ada Colau habrá experimentado con toda su crudeza lo que significa haber estado a un lado y a otro de la reivindicación. Porque no hace ni dos años que ella misma se ponía al frente de las demandas de colectivos y trabajadores.

Desde la caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque del Este con la Unión Soviética por bandera,  la izquierda y  la socialdemocracia, imperante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial,  quedaron al albur de un sistema capitalista que ha terminado siendo hegemónico en gran parte del planeta, y por descontado en Europa.

El problema para las izquierdas, y sobre todo para la socialdemocracia y los partidos que la han representado hasta ayer, es que durante estos últimos decenios las reglas del juego las han impuesto un régimen de corte neoliberal, que inició su andadura con Reagan y Thatcher como pioneros y que luego, con algunas tímidas correcciones, se ha impuesto en toda Europa. Conformando de esta manera un corpus teórico de lo que hoy llamamos vulgarmente como pensamiento único. Que se atreve a llamar populismo a toda demanda social que tiene por solución violentar un marco hecho a su medida.

De tal forma que, durante la crisis económica que aún estamos atravesando, el papelón que han jugado los partidos tradicionalmente socialdemócratas de nuestro entorno ha dejado mucho que desear, dejando huérfanas a las clases medias y trabajadoras.  Y ha obligado a éstas a buscarse la vida a través de nuevos movimientos o partidos que aún creen que los representarán mejor. Sin darse cuenta de que en realidad las reglas del juego ya se marcaron hace tiempo, y fueron éstas precisamente las que anquilosaron, paralizaron y corrompieron a los viejos partidos socialistas, que además insisten en eso de que son de izquierdas o progresistas.  Lo cual obliga de facto a redefinir ambos conceptos. En realidad, lo cierto es que no se han hecho viejos, sino que se han vuelto conservadores. No son de izquierdas.

En fin, lo que ayer les sucedió a ellos, ahora les puede acabar sucediendo a Syriza en Grecia, En Comú en Barcelona, y les ocurrirá a Podemos si tienen la desventura de gobernar.

Porque hoy por hoy, el rol de las izquierdas puede que ya no esté en la gobernanza institucionalizada, sino en una (o)posición que sirva de corrección de los excesos y desvaríos del sistema y quizás poco más.