El sombrerero loco

Debate cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sanchez, moderado por Manuel Campo Vidal

Debate cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sanchez, moderado por Manuel Campo Vidal / periodico

MARC PÉREZ-SERRA

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Van lanzados como galgos a por la presa y tan sólo les falta un par de vueltas para completar la carrera. La emoción golpea a los tabloides y las ondas. Ellos también corren. Parece que todos lo hacen. Rajoy saca cabeza y media a Sánchez, que a su vez aventaja a Rivera Iglesias que pugnan por tercer y cuarto puesto. La batalla por el bronce es cruda. Sánchez los mira de reojo y aprieta los dientes. El primer puesto está lejos y los de atrás ya intimidan. Se la jugó en el debate a dos con Rajoy.

Atacó, pero pronto se convirtió la contienda en un lodazal de poca monta. El debate transcurrió por donde quiso el propio debate. Los dos se garabateaban pero el combate seguía su propio camino, que no era otro que el esperpento y la ventriloquia. La propia pelea los deboró. Como probablemente debía ser.

El todo fue más que la suma de las partes. Así fue como sucedió. Griterío y poco más.

Con una puesta en escena premoderna, ajustada a otro tiempo. Porque lo que el debate finalmente evidenció fue justamente la lenta extinción de un tiempo que se resiste a pasar.

Como a través de una cámara lenta insoportable, que desnuda y enseña los roces y las llagas de la senectud de un sistema exhausto.  Ambos salieron desfigurados. Al final la vulgaridad salió como clara vencedora del envite.

Mientras, Colau en Madrid dice lo que les gusta oír en la capital. Luego, ya en Barcelona, corrige y dice lo que quieren oir en Barcelona. La alcaldesa juega su carrera particular. Después de Iglesias, ella. En lugar de Pablo, Ada. Sin prisas pero con el ritmo marcado.

El debate catalán estos días se libra en sordina. Ningún relieve, nada destacable. Esperar y observar. Y los de Mas y las CUP ya llevan casi tres meses celebrando el no acuerdo.

Hace semanas que el Sombrerero loco de Lewis Carrol anda a sus anchas por Barcelona. Celebrémoslo!