El circo
Marc Pérez-Serra
Licenciado en Filosofía
MARC PÉREZ-SERRA
Se acercan las elecciones y los políticos que quieren alcanzar la gloria electoral empiezan a desfilar por cadenas y emisoras en busca del voto. Se ha abierto la veda mediática y nuestros representantes de lo público y aquellos que aspiran a serlo, se agolpan a los estudios de radio y televisión en busca de los espacios más “selectos” de la parrilla.
Hay que ser un esforzado, veterano y valiente televidente, y en este país parece que los hay y muchos, para no sufrir un colapso severo ante tanta chabacanería condensada. Para conseguir salir indemne ante envites televisivos de estos calibres se requiere de un coraje y enterezas apenas inalcanzables, que solo unos pocos, que parece que son muchos, soportan con gratitud.
Por contra, quienes no tienen la dicha de disfrutar con semejante espectáculo audiovisual, viven condenados a la diáspora y a la expulsión que cierto paraíso mediático ofrece cada día. Caminan huérfanos, sin eco que poder escuchar. Expulsados de un ruido ensordecedor que nunca termina. Interpelan pero solo les llega el bullicio. Piden oír música y se les procura hilo musical. La única opción es meter las manos en el muladar de las ondas una y otra vez y acaso obtener algunas migajas, que previo reciclaje, servirán para una digestión más o menos saludable. Cápsulas a pequeñas dosis.
Transmiten en cadena las cadenas, cantaba la 'new age' de Lito Vitale en los noventa. Y en estas estamos. Vemos a nuestros próceres bailando, cantando, saltando, jugando, charlando con marionetas de distinto pelaje, en formatos televisivos enlatados y envasados para consumir al momento. En frenética carrera hacia una industrialización de la imagen, convertida en un 'just in time' pseudopolítico sofocante. Apenas alcanza fuste de espectáculo. Es otra cosa.
Se busca el acercamiento del político al ciudadano poniendo a aquellos en situaciones cotidianas, dicen. Y se monta un circo de tres pistas con sabor a Gran Hermano.
pd: En la película 'Nixon' de Oliver Stone, el presidente del Watergate, consumido por su propio tormento y acorralado, una noche de insomnio y deambulando por los pasillos de la Casa Blanca, se postra a los pies del cuadro de su antecesor John F. Kennedy, cual feligrés ante el altar, y le dice al presidente asesinado: “Cuando ellos te miraban a ti veían lo que querían ser; cuando me ven a mi ven lo que son”.
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