Pequeño observatorio
Aquellos ojos que no se pueden mirar
Mirar los ojos abiertos y paralizados de una persona muerta es una terrible experiencia
Josep Maria Espinàs
Periodista y escritor
JOSEP MARIA ESPINÀS
Comencemos recordando algunas frases literarias sobre los ojos. «Entenderse con los ojos» es propio de la fina sutileza del amor. «No cierres los ojos, porque los pájaros irán a dormir creyendo que es de noche». «Detrás de unos ojos soñadores he encontrado el más perfecto estúpido». «Son las antorchas del cuerpo». «Ojos de ágata sombreados por los pétalos de jacinto». «Ojos que parecen desenvainar puñales»...
Prodigiosos ojos, pero cuando morimos la costumbre es que alguien nos baje los párpados si estaban alzados. Porque no somos capaces de mirar a un muerto si tiene los ojos abiertos. La muerte inmoviliza todo el cuerpo, pero mirar unos ojos abiertos y paralizados es una terrible experiencia, difícilmente soportable. Aceptamos la parálisis de la cabeza, de las manos, de la cara. Aceptamos la paralización de una estructura física, pero la mirada no es física. La mirada no existe cuando los ojos han perdido la capacidad de explorar o de enlazar con otra mirada.
¿Debo entrar en aquel pequeño recinto mortuorio para oír como alguien comenta «¿verdad que ha quedado muy bien?». Como si fuera la obra de un escultor, o un actor que ha salido al escenario para representar un papel. Yo no quiero ver muerto a un amigo, un pariente, un amor. Yo quiero la vida de recuerdo. Hay quien entra en aquel pequeño recinto para rezar un padrenuestro mirando al fallecido. Tengo mucho respeto por quien quiera rezar por el alma de quien ha muerto, pero también se puede rezar en silencio en cualquier rincón del tanatorio.
Y si se trata de contemplar al difunto por última vez, respeto este deseo pero no lo comparto. Porque él o ella ya no están, ya no son contemplables. Se acabó aquello tan bonito que es el parpadeo de la sorpresa, de la ilusión, y hacer el último guiño de complicidad. Los brazos del difunto han quedado cruzados sobre el pecho. Tercamente inmóviles. Como queriendo decir: ya ha pasado la hora de mirarme y de abrazarme.
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