Irse a vivir a Marte
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Como suele suceder con las buenas películas, hay muchas formas de entender Marte, el último estreno del director Ridley Scott. Cuando el astronauta Mark Watney (Matt Damon) se queda solo y abandonado en el planeta Marte, es inevitable pensar en una versión espacial de Robinson Crusoe, pero sin la esperanza de una nave en el horizonte ni un Viernes que aparezca tras una duna. El crítico Anthony Lane le ha visto también un rastro del teatro de Beckett: Watney tiene que esperar cuatro años, en un planeta baldío, hasta que alguna nave con aires de Godot le rescate.
Viendo la larga carrera de Ridley Scott, con clásicos como Alien (1979) o Blade runner (1982), a muchos les parecerá que Marte es un film de ciencia-ficción. Sin embargo, es casi un ejercicio contra la imaginación que va más allá del empirismo. Aquí no salen alienígenas de sangre ácida ni replicantes sin alma. De hecho, el título original es El marciano y el único que sale es de adopción: es marciano todo aquel que vive y trabaja en Marte. Además las soluciones de Watney para sobrevivir tienen base científica. Stephen L. Petranek, autor de Cómo viviremos en Marte, ha escrito que este futuro llegará en solo unas décadas: «Podríamos utilizar virus modificados para alterar nuestros genes», decía en un artículo reciente, «crearíamos una variante de humanos que pudieran respirar más dióxido de carbono y fuesen más resistentes a la radiación. Probablemente les llamaríamos marcianos».
Otra lectura de Marte es que Ridley Scott ha querido reivindicar el cine clásico en una época dominada por las teleseries. Mientras los protagonistas, como Matt Damon o Jessica Chastain, son estrellas, piel de celuloide, hay más de un secundario televisivo que sale malparado. Pienso en Jeff Daniels, que actúa como si aun fuese el presentador de The Newsroom, y sobre todo Kristen Wiig, la pobre, con un papel ridículo, de caras y posturitas, que no le deja lucir su vis cómica. ¿Por qué lo aceptó? Dinero, fama, quizás un rito de iniciación para abrirse paso en el olimpo de Hollywood...
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