A lo Hebrón
Se trata de hacer imposible la vida a los árabes en Jerusalén en medio de una insoportable red de violencias
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Uno de las cosas que más horrorizan de Hebrón es que, sobre el papel, es un acuerdo de paz: en 1995 se dividió la ciudad entre H1 (la parte árabe, casi 200.000 personas) y H2 (la parte israelí, habitada por casi un millar de colonos protegidos por militares). Judíos y árabes se disputan un templo (la Mezquita de Ibrahim / la Tumba de los Patriarcas). Los colonos israelís (de un radicalismo extremo, cuna de Baruch Goldstein) porfían por ocupar casas y expandirse, sobre todo por la casbah. Protegidos por el Ejército, los colonos se instalan en edificios donde viven palestinos. Desde ese momento, en nombre de la seguridad del colono, la vida palestina alrededor de la casa desaparece: controles, registros, acoso, detenciones... Hay que ser heroico, o no tener adonde ir, para ser palestino y seguir viviendo en H2 y sus alrededores. Si uno quiere saber de qué va el mal llamado conflicto, con una mañana en Hebrón basta: la casbah abandonada, las Estrellas de David pintadas en las puertas de los palestinos que resisten, las pegatinas de «Muerte a los árabes» en las paredes, la basura acumulada en redes en lo alto de las callejuelas...
Hace tiempo que en Jerusalén el Gobierno, el ayuntamiento, las fuerzas de seguridad y los colonos (que no son unos extremistas aislados, sino la vanguardia de la ocupación, protegidos e incentivados por el Estado) siguen de forma sistemática la misma estrategia de Hebrón en barrios árabes (Silwan, Sheij Jarrah), la Ciudad Vieja y los templos (la Explanada de las Mezquitas): registros, acoso, controles, destrucción y ocupación de casas, detenciones indiscriminadas de jóvenes, palizas, muerte... Y esos muchachotes que se pasean a la caza del árabe, sin pudor de gritar su racismo ante las cámaras, preñados de impunidad, sabedores de que no son minoría. Se trata de hacer imposible la vida a los árabes, de hacer que sea imposible para ellos vivir en Jerusalén en medio de una insoportable red de violencias. Y de vez en cuando un palestino reacciona con violencia, y alguien grita: «¡Intifada!». A lo Hebrón, pero con más simbolismo religioso e historia. Más peligroso, por tanto.
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