Editorial

Europa se atasca con los refugiados

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Aún no han pasado 15 días desde que la imagen del niño sirio Aylan, muerto y arrojado por el mar a una playa turca, estremeciera las conciencias de los europeos y sacudiera la cicatera posición de algunos gobiernos sobre el drama de los refugiados, y las cosas ya vuelven a ser como antes. Una parte de la sociedad (básicamente de los países de la llamada Europa occidental) se moviliza desde las ciudades para establecer una red de acogida hacia la masa de personas que huyen del puñado de conflictos que asuelan Asia y África, mientras los gobiernos de la UE siguen enzarzados en la disputa burocrática y de juego de intereses electorales. En numerosos casos, incluido el español, con la absoluta desmemoria histórica sobre la suerte que les tocó vivir a compatriotas de generaciones no tan lejanas.

Ayer, los ministros de Interior de los 28 países de la UE reunidos ante la grave situación que estamos viviendo, solo fueron capaces de ratificar la cuota de 40.000 refugiados ¡que se había plateado en mayo! No hubo avances concretos sobre los otros 120.000. Mientras, cada país sigue actuando por su cuenta. Vuelven a levantarse alambradas cara al exterior o se suspende temporalmente el tratado de Schengen. La Unión se agrieta y más que debordados por el número de refugiados, nos vemos superados por la incapacidad de gestionar el problema.

Alemania decidió dar ejemplo y actuar de forma unilateral con su oferta de acoger a 800.000 personas cada año, además de romper trabas burocráticas. El domingo, ante el aluvión que se había concentrado en Múnich --63.000 desde finales de agosto-- ha tenido que dar marcha atrás.

Es obvio que el problema no es fácil de manejar y que la convención de Dublín sobre refugiados puede ser mejorada, pero esto no es motivo para desentenderse ahora. Hay millones de desplazados por conflictos que hemos contribuido a crear entre Europa y EEUU. Nuestros errores, nuestras indeciones y el mirar para otro lado durante mucho tiempo han generado monstruos de los que las víctimas huyen ahora. Como lo hicimos los españoles hace 85 años, los húngaros que hoy ponen alambradas, hace 50, y tantos otros. La memoria es muy frágil. Tenemos ante nuestras casas un grave problema, pero por responsabilidad y humanidad los europeos debemos afrontarlo y resolverlo.