La clave
La política como resentimiento
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
El gran Harold Bloom denomina «escuela del resentimiento» a esa generación de críticos literarios de la segunda mitad del siglo XX que se dedicaron a destruir el canon clásico de la literatura para generar un nuevo olimpo con las correspondientes cuotas de mujeres, afroamericanos, asiáticos, obreros y revolucionarios. No es que Bloom no reconociera que el eurocentrismo y el androcentrismo habían dominado -en sentido literal- la literatura durante los 20 siglos anteriores, sino que le molestaba la reacción pendular, de odio, que protagonizaron sus antiguos discípulos, una circunstancia que despertaba directamente su furia.
Dentro de la llamada nueva política hay algo de resentimiento. «En la campaña [del 27-S] utilizaremos el odio contra Mas», dijo hace meses la responsable de Podemos en Catalunya, Gemma Ubasart. «Odio» lleva tatuado en sus falanges un regidor de la CUP en Barcelona.
Ilusionar
El resentimiento no es solo el resultado de la desinhibición en las redes sociales. Ni tampoco es exclusivo de la nueva política. El resentimiento -ideológico, de clase, nacional- es un arma política tan antigua como la humanidad. Pero es un mal negocio. En las próximas elecciones en Catalunya me temo que ganará la partida quien sea capaz de vencer el resentimiento y promover alguna cosa que ilusione. O mejor aún, aquel que sepa ilusionar con lo que propone.
Gobernar desde el resentimiento es un mal negocio, porque sitúa al poder en la oposición. Le pasó a Aznar en la legislatura de la mayoría absoluta. Les puede pasar a los esperanzados ayuntamientos renovados desde la izquierda que no era hegemónica desde la Transición.
Con todo, no hay que olvidar que en la democracia española hay asuntos pendientes desde hace 35 años que siguen doliendo en el alma a los descendientes de los fusilados, de los represaliados, de los expulsados, de los deportados con independencia de su adscripción política. El resentimiento puede llegar a ser, como indica Bloom, una patología, pero el asentimiento solo genera bolsas de pus y de podredumbre.
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