El estilo de un gran mecenas

ISIDRE FAINÉ

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Tuve el honor de compartir con Leopoldo Rodés la idea de que la cultura y el arte son una exigencia de la sociedad que no tiene por qué ser patrimonializada por los poderes públicos. Era una idea central en el quehacer de mi gran amigo, en todas las áreas de lo que es creativo y compartible por la sociedad en su conjunto. Ahora vemos cómo la noción de mecenazgo retorna con más atracción que nunca, en buena medida gracias a la voluntad sutil con que Rodés fue trenzando complicidades en el mundo empresarial, a la vez que comprendía las razones que son propias del arte, de la pintura, de la música. En tiempos críticos para la cultura, la desaparición de Leopoldo Rodés deja un vacío humanamente irreemplazable, precisamente cuando es más necesario consensuar nuevos espacios e incentivos para la cultura y el arte.

Así coincidimos en la idea de crear la Fundación para el Arte y el Mecenazgo, que La Caixa impulsó y que Rodés presidió con estilo inimitable. Ese era uno de sus rasgos ejemplares: se volcaba en las iniciativas, pero sin perder la capacidad crítica, con un ímpetu sabio y realista que al final resolvía siempre, de forma eficaz, en algo concreto y excelente. En sus sucesivas ediciones, nuestros premios Arte y Mecenazgo han rastreado los mejores talentos de cada momento.

La aportación de Rodés fue capital porque conocía todos los vericuetos del mundo del arte: los artistas, la labor del galerista, el papel no siempre reconocido de los coleccionistas y, por supuesto, la realidad y potencial de los museos. Al lamentar su muerte, me pregunto si aparecerán nuevos mecenas con su capacidad para interconectar entes sociales, mundo de las finanzas y creatividad artística.

Sabemos hasta qué punto Barcelona le debe a Rodés los JJOO. Ahí volvió a dar lo mejor de sí mismo, seductor, bon vivant, fiel a la Barcelona para la que siempre deseó lo mejor. Pocas veces la ciudad ha tenido un embajador más capaz. Entonces dedicó todo su tiempo a negociar, pactar y obtener apoyos para una Barcelona que -como él mismo comprendió el primero de todos- iba a dar un salto adelante con los Juegos. Luego contribuyó preferentemente a obtener una financiación excepcional para un éxito olímpico que, según su visión tan lúcida, iba a proporcionar a Barcelona el trademark internacional que sigue en auge a pesar de las dificultades de la crisis.

Su habilidad a la hora de recabar financiación privada para sus múltiples proyectos podría estudiarse tanto en las escuelas de arte como en las escuelas de negocios. En este sentido, fundó una manera de entender las conexiones profundas entre una sociedad y su cultura. Luego, de forma magistral, llevó aquella teoría a la práctica. Patrono del Gran Teatre del Liceu o del Palau de la Música, aportó sus conexiones empresariales privilegiadas para que la ciudad diera lo mejor de sí misma. De su conocimiento del mundo de las finanzas, su capacidad de conexión internacional y su pasión por el arte, deduje no pocas enseñanzas que compartíamos con amistad.

Como presidente de la Fundación del Macba sus aciertos fueron permanentes. Esa fue su pasión. Por su experiencia como empresario de la comunicación conocía los resortes que hoy son fundamentales para la promoción de un proyecto tan ambicioso. Porque esa era una de sus motivaciones más destacadas: conseguir que la sociedad civil buscase ser protagonista activo en la incentivación de la creatividad. Ese es su mejor legado. Al recordarle, pienso que para Leopoldo Rodés incluso la vida era una forma de arte, un estilo. En fin, el estilo de un gran mecenas.