Análisis

Túnez, un eslabón democrático clave

SENÉN FLORENSA

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Desde la independencia en 1957 de la mano del presidente Habib Burguiba, Túnez se ha orientado hacia el futuro con una visión modernizadora, como un país abierto y mediterráneo que incorpora las diferentes tradiciones y civilizaciones (númidas, fenicios, romanos, otomanos...) y la influencia occidental. En 1861 había aprobado ya su primera Constitución moderna con el reformador Khereddine Pasha. Con la revolución del año 2011, logra un hito más: un Estado laico y democrático.

Y este es el modelo contra el que se atenta. Con el ataque de ayer se quiere asfixiar a la economía y que la ciudadanía se aparte del Gobierno democrático y moderno del presidente Beji Caid Essebsi. Los islamistas ya minaron la transición democrática parasitando la revolución que habían hecho los jóvenes y los grupos más modernizadores de la sociedad derrocando la dictadura de Ben Alí. Los islamistas moderados de Ennahda ganaron las primeras elecciones, pero en dos años la ciudadanía les dio la espalda. Una vez en el poder actuaron sectariamente y ocuparon las instituciones y la Administración mientras intentaban revertir la legislación modernizadora. Finalmente, la sociedad civil (sindicatos, patronal, liga de los derechos humanos, colegios de abogados) forzó unas nuevas elecciones, que ganaron las antiguas élites, aliadas ahora con las clases medias y populares que aún dan un apoyo minoritario a Ennahda.

Este Túnez musulmán y árabe capaz de construir un Estado democrático es la diana de los terroristas. Y el impacto no es menor. Después del atentado contra el Museo del Bardo, en marzo, el turismo se redujo un 30%. Semanas después fui testigo en el museo: ningún visitante y ningún autobús en un aparcamiento donde acostumbraba a haber una treintena. Los empresarios turísticos ya veían perdida la temporada.

Los terroristas quieren también dominar los símbolos y el imaginario colectivo. Por eso atacaron el Museo del Bardo, con su vasta colección de arte figurativo y preislámico. Con el golpe de ayer al turismo subrayan el rechazo al mundo europeo y cosmopolita, que creen que contamina las pretendidas esencias islámicas del país.

Se impone que todos los países que creen en Túnez y quieren a otros países musulmanes en el vagón de la modernidad lo apoyen, porque Túnez es el eslabón democrático clave del decepcionante escenario posterior a la 'primavera árabe'. La política europea hacia el país es correcta, pero trabaja a escala de maqueta, no real. El apoyo financiero debe multiplicarse por diez. Veremos si Europa deja el inmovilismo burocrático y ayuda a esta joven democracia, que lo espera todo de ella porque difícilmente puede esperar nada de otros.

En todo caso, también es preciso estabilizar a Libia, algo que solo pueden hacer los propios países árabes y la Liga Árabe, aunque sea con apoyo europeo. Y a poder ser, hacerlo con la financiación de los países del Golfo, que en buena parte han sembrado las ideologías extremistas que ahora producen tan funestos resultados.