OPINIÓN

Hipocresías, incoherencias y pecados mortales

ESTHER SÁNCHEZ

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Volvía el otro día del aeropuerto del Prat a Barcelona. Se me atascó la mirada en un enorme anuncio, a pie de carretera, que publicitaba el eufemísticamente llamado servicio de «acompañante» en eventos de negocios. «Máxima discreción» enfatizaba. «Vaya», pensé. Días después, me atraganté con una sentencia que fallaba la improcedencia de un despido a un director comercial que disponía de una tarjeta corporativa con la que pagaba, entre otros «gastos de representación», los producidos en establecimientos de alterne o prostíbulos.

La argumentación que utilizaba la magistrada (sí, una mujer) pivotaba, esencialmente, sobre la idea de que no podía haber vulneración de la buena fe contractual, porque el trabajador no hizo un uso privado y particular de la tarjeta. Se trataba de gastos de atención a los clientes, que llevaban tiempo produciéndose y, aunque no estaban autorizados expresamente por la empresa, tampoco estaban prohibidos.

No se había informado al trabajador de que las relaciones con los clientes se debían sostener sin ofrecer determinadas invitaciones, como las que este realizaba. De hecho, ni tan solo constó que los clientes rechazaran tal agasajo. Solo faltaba decir «¿Y cómo? A nadie le amarga un dulce…».

Quizás por ser quien era, la magistrada matizaba que no se trata de justificar esa práctica empresarial para mantener la clientela, ni de no otorgarle relevancia por ser algo de lo más habitual, ni mucho menos de entender que con esta decisión se están vulnerando derechos de la mujer. Con una honestidad descarnada, la magistrada se preguntaba retóricamente que este tipo de locales y servicios existen; y si hay oferta es porque hay demanda; y no es pensable que esos servicios sean exclusivamente a cargo y para particulares que con sus propios ingresos asumen el gasto que en ellos puedan realizar… «Business is business».

«Vaya», pensé otra vez. «A lo mejor esta era la estrategia comercial más efectiva y menos dura para garantizar su bonus anual por haber incrementado la cartera de clientes… Si al final, lo hacía por la empresa, o lo que es peor, con el plácet de la empresa. ¿Así, cómo podríamos calificar el despido de procedente?».

De nuevo, la implacable dinámica del patriarcado y la falta de escrúpulos de que Byung-Chul Han llama la sociedad del rendimiento.

Me rebelo. Parafraseando a Magritte: «Esto no es hacer negocios».

Mientras tanto, sería importante que sigamos la propuesta que, valientemente, sostuvo hace unos meses el magistrado del Juzgado de lo Social número 33 de Barcelona (sí, un hombre). Se trata de que, al menos, logremos modificar ciertas reglas para garantizar los derechos laborales de las que voluntaria, o involuntariamente, transitan en este modelo de producción. Aunque se pueda defender el discurso abolicionista.