EL RADAR

Sin miedo

Se espera de Colau y Carmena que demuestren que las cosas pueden hacerse de otro modo

JOSEP SAURÍ

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La alcaldesa Ada Colau, como Manuela Carmena en MadridJoan Ribó en Valencia y compañía, afronta un reto mayúsculo: dar respuesta, en un contexto enormemente complejo, a una oleada de expectante, exigente e ilusionada convicción de que las cosas pueden hacerse de otra manera. «Colau ganó porque ningún otro partido ha sabido asumir las reivindicaciones populares más elementales», escribe Ramon Gento (54 años, ingeniero, Barcelona). No la votó, pero le desea lo mejor: «La gente, las personas, nos merecemos acertar, tener razón en nuestra voluntad colectiva».

Y eso aunque ni en campaña ni en estas tres semanas de tira y afloja y de cursillos acelerados de cultura del pacto transcurridas entre las elecciones y la constitución de los ayuntamientos faltaran los coros y danzas del apocalipsis avisando de que vamos hacia la inestabilidad, el desastre y los soviets. Pero lo cierto es que entre los ciudadanos que escriben a Entre Todos son muchos los que no parecen particularmente impresionados por los profetas del descenso a los infiernos: «¡Cuidado! Ahora, cuando entréis en las nuevas administraciones, notaréis el olor a azufre que desprenden los demonios que ha elegido el maldito pueblo, inculto y desagradecido», ironiza Agustín Ribas (76 años, jubilado, Barcelona). Francisco Arenas (61 años, administrativo, Badalona), se lo toma también con humor: «Mira que avisaron de que si llegaba Colau al poder nos caerían todos los males habidos y por haber: adiós al turismo, a la Fórmula 1, a congresos... Con lo bien que vivimos, para qué cambiar».

En efecto, la primera condición para que el miedo a un cambio se adueñe de una sociedad es que haya mucho que perder, mucho que conservar. Y a ojos de ciudadanos como Francisco Pérez (23 años, estudiante, Valencia) no parece que sea el caso: «Enfermos de cáncer a los que niegan la quimioterapia por ser viejos. Familias desahuciadas por no poder pagar una hipoteca abusiva (...). Niños que no siempre pueden comer porque a alguien le parece que abrir los comedores del colegio en verano da mala imagen (...). Multas de 700 euros por buscar comida en la basura (...). ¿Con qué argumento se puede seguir defendiendo esto? ¿Acaso es radical y antisistema querer que en tu país no sucedan estas cosas?».

Otro factor que contribuye a que no cunda el pánico es que tampoco triunfa el prejuicio de que quienes aterrizan en las instituciones son lo desconocido, una horda de advenedizos sin legitimidad; por mucho que haya quien se empeñe en ello, parece difícil dar lecciones de democracia y Estado de derecho a alguien con la trayectoria de la jueza Carmena, por ejemplo. Y «con Barcelona en Comú y la CUP entran en el ayuntamiento activistas que llevan muchos años haciendo cosas para mejorar la sociedad sin recibir nada a cambio. La política debería nutrirse de gente así», sostiene Jordi Oriola (43 años, realizador audiovisual, Barcelona).

No todo el mundo lo ve así, claro. «No quiero ni pensar que otras ciudades, como París, acaben acogiendo el Mobile World Congress debido a que Barcelona pueda mostrar indefinición», dice Andreu Alpiste (79 años, jubilado, Barcelona), alarmado ante el riesgo de que la ciudad deje de ser «un referente mundial de congresos, ferias y actividades deportivas» y de ofrecer «hoteles de lujo que conllevan un turismo del mismo nivel que deja mucho dinero». Pero por lo general, el ansia de regeneración, el hartazgo, el profundo descrédito de los partidos tradicionales como garantes de nada parecen ser más fuertes que el miedo: «Señores de CiU, PP, PSC-PSOE, han sido castigados por sus políticas de recortes a la clase trabajadora, por la corrupción, por los desahucios a los débiles, por sus pactos, por su cobardía», añade Arenas. «Sin mensajes de renovación no puedes seducir no ya a los indignados, sino ni siquiera a los preocupados», concluye Gento.