LA MIRADA argentina DE messi y tévez
Vidas paralelas
Martín Caparrós
Periodista
MARTÍN CAPARRÓS
Un guionista un poquito mejor habría tenido más cuidado: no lo habría hecho tan obvio. Pero la realidad no está firmada: no hay nadie que deba hacerse cargo, así que a veces se permite estas torpezas. Que Messi y Tévez se enfrenten -uno español, otro italiano- para definir la copa de los europeos, es casi un lugar común. Los dos nacieron en Argentina, los dos tienen más o menos la misma edad, los dos han hecho sus vidas en el césped; los dos son tan parecidos y a la vez tan radicalmente opuestos.
Leo Messi nació en Rosario en 1987; Carlos Tévez en Buenos Aires en 1984. Hace tiempo, en un partido de la selección argentina en Núñez, el locutor que anunciaba los equipos tuvo que presentarlos: cuando dijo Messi dijo «el mejor jugador del mundo» y todos aplaudieron; cuando dijo Tévez dijo «el jugador del pueblo» y la ovación fue estrepitosa.
Las diferencias se acumulan. Messi siempre jugó arropado por un equipo excepcional allí donde Tévez, en general, debió ser el guerrero solitario que peleaba en la punta de equipos que se atrincheraban. Messi tiene la técnica más depurada, más increíble que se ha visto: es capaz de hacer cualquier cosa con una pelota en los pies. Tévez tiene su habilidad pero es, sobre todo, la fuerza desatada, la furia del que conoce sus límites y quiere superarlos sin parar: lo que los argentinos llamamos puro huevo.
El 'pibe' del barrio
Tévez es de Boca, jugó en Boca, ganó todo con Boca, es Boca; Messi es lejanamente de Newell's Old Boys, un equipo menor donde no jugó nunca. Tévez, para los argentinos, es claramente un argentino; Messi es algo indefinible: como quien descubre de pronto que en el barrio hay un pibe que no es amigo de nadie pero juega realmente bien y que lo podríamos llamar para los partidos de los sábados. Messi es, sin ninguna duda, el mejor jugador del mundo -y solo se discute si es o no el mejor de la historia-. Tévez nunca estuvo cerca de parecerlo, pero nadie -digo nadie- ha ganado más títulos distintos que él: fue campeón de Argentina, Brasil, Inglaterra, España, de la Libertadores, de la Champions, de la Intercontinental desde ambos continentes, de los Juegos Olímpicos.
Además, Tévez es hablador, gracioso, entrometido, donde Messi es callado, distante, introvertido; Tévez tiene el mando en una banda de cumbia villera, Messi tiene el mando de la playstation. Messi ha pasado toda su vida futbolera en un club y una ciudad; Tévez ha vagado por cuatro ligas y seis equipos. Messi protagoniza aviso tras aviso con su onda de niño que nunca rompió un plato; Tévez vende mucho menos con su pinta de haberlos roto todos.
Y, en medio de tantas diferencias, algo los asemeja: ninguno de los dos fue campeón del mundo. Para Tévez podría ser un accidente; para Messi, es el último argumento que lo separa de ser unánimemente aceptado como el mejor de siempre. Ninguno de los dos ganó lo que querría con su selección, y quizá sea justicia.
Porque lo que realmente los une es que los dos son fracasos argentinos. Carlos Tévez es obvio: nació en el barrio más marginal y pobre de Buenos Aires, su padre lo dejó cuando era un bebé, bebé todavía se quemó y desfiguró la cara, creció rodeado de amigos que fueron cayendo, uno tras otro, muertos en asaltos armados y jeringas deshechas -pero se salvó porque jugaba bien al fútbol-. Lionel Messi es obvio: nació en un barrio de clase media baja y habría podido seguir la vida acostumbradamente tensa de una ciudad que se ha vuelto muy violenta. Pero no crecía, amenazaba con quedarse enano, y ni el club donde jugaba ni la salud pública pudieron o quisieron pagar su tratamiento: para terminar de ser quien podía tuvo que dejar su país y hacerse curar en otro -que lo quiso porque jugaba bien al fútbol-.
Los dos, digo, resultados de los fracasos argentinos. Por eso hay, quizá, cierta justicia poética en que los dos jueguen, este sábado, el partido más importante de otro continente -y ninguno de los dos haya ganado un mundial con la celeste y blanca:
que ninguno de los dos le haya dado a su país lo que su país no quiso o supo darles.
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