Editorial
Italia y Libia, ante la crisis de los refugiados
Más de 4.000 personas fueron rescatadas en menos de 24 horas entre el viernes y el sábado en el canal de Sicilia. Otras 17 encontraron la muerte en este Mediterráneo nuestro. Con las últimas cifras son ya 38.000 los migrantes y refugiados salvados frente a las costas italianas en lo que va de año. Es casi la misma cifra de peticionarios de asilo que la UE dice estar dispuesta a acoger -40.000- en un periodo de dos años, de lo que se deducen dos cosas. Una, el programa europeo para hacer frente a la llegada masiva de refugiados es, en el mejor de los casos, irreal. Y dos, la Unión no solo carece de voluntad para mostrar la solidaridad con estas personas que huyen de la persecución y de la guerra, sino que también ignora la Convención de Ginebra de 1951, que establece los derechos de los refugiados y las obligaciones de los estados hacia ellos; una convención, por cierto, que a quien benefició originalmente fue a los europeos cuando millones de ellos buscaban amparo a consecuencia de los desplazamientos motivados por la segunda guerra mundial.
Por la proximidad con la costa italiana, Libia es el último punto de partida de la difícil travesía que realizan estos refugiados, sirios en su mayoría, pero también gentes que huyen de otros conflictos, de Eritrea o de Irak, por ejemplo. Pero Libia es hoy un país en descomposición en el que resulta difícil considerar que hay un Estado. Hay dos gobiernos que se combaten y un sinfín de milicias cuyas lealtades son tan volubles como el viento que sopla en el desierto. Muchos de los refugiados que han estado a merced de los traficantes acaban en centros de detención donde son humillados y maltratados. Hasta ahora la posición de la UE en relación a aquel país ha sido la de promover operaciones de castigo contra los mercaderes de personas, imposibles de momento sin autorización de la ONU. El Gobierno italiano, incapaz de asumir por sí solo la complejidad de la situación, pide lo más lógico, la pacificación de Libia. La misión del Representante Especial del Secretario General de la ONU para Libia, el diplomático español Bernardino León, está dedicando numerosos esfuerzos a alcanzar un acuerdo entre los dos gobiernos, pero los resultados son escasos. Si la situación tiene que acabar, ¿por qué no fortalecer al Gobierno legítimo, el único de los dos que fue elegido más o menos democráticamente?
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