Religión, política y pobreza

Que a todos nos merezca la pena vivir

Hay quien intenta descacreditarme porque me he vuelto muy incómoda para intereses oscuros

MARÍA LUCÍA CARAM

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Cuenta el libro de los hechos de los apóstoles que un día el apóstol Pedro y Juan entraban en el templo. Allí en la puerta había un hombre inválido de nacimiento pidiendo limosna. Ellos se le acercaron y le dijeron: “No tengo ni oro ni plata, pero en nombre de Jesús, te digo, levántate y camina”.

Valga este testimonio del Nuevo Testamento para poder, con las aguas un poco más serenas, decir en voz alta, cómo ha impactado en mi vida y en mi corazón el revuelo mediático, que lejos de mi intención y de mi actuación real, ha sido la pimienta o la distracción de una semana electoral, en la que nunca me propuse ni ser protagonista ni impulsar candidaturas, y en la que hubo, como en frecuentes ocasiones de estos últimos tiempos, alguna mano negra empeñada en desacreditarme porque reconozco que me he vuelto muy incómoda para intereses oscuros y egoístas de quienes pretenden perpetuarse en el poder utilizando la mentira y la difamación.

Desde hace varios años mi vida está al servicio de los más empobrecidos y humillados, y por ellos puedo decir que lo he entregado todo. No tengo vida propia, y a tiempo y a destiempo, por activa y por pasiva, busco alianzas, complicidades, ayudas, para poder paliar tanto dolor. Las horas de mis días se multiplican y ya no puedo robar más horas a mis noches y al descanso, con el solo objetivo de despertar conciencias y buscar ayudas en todos aquellos que quieran escucharme y que quieran apostar por un nuevo modelo de sociedad en la que de verdad nos digamos y seamos hermanos.

Me duele el hambre de la gente, me hiere que sean desahuciados, me humilla la pobreza infantil, me rebelan las injusticias. Cada día junto a muchas personas nos dedicamos a acoger y a acompañar a aquellos que ya no cuentan, y la impotencia en más de una ocasión me pone en pie de lucha, porque entiendo que ya no pueden más y siento, que yo tampoco puedo con tanto dolor y con tanta injusticia que sería perfectamente evitable.

Ya lo he dado todo, no tengo nada que perder y por eso hablo, denuncio, me quejo y hablo con todos. Sé que estamos condenados a entendernos y solo deseo que estalle la paz, una paz que sólo será posible si la construimos desde un corazón reconciliado, sin odios ni rencores.

Contra la pobreza y la exclusión

En estos años son muchas las personas, las empresas, los amigos, los ciudadanos que me han ayudado a crear oportunidades y a enjugar no pocas lágrimas. Creo que otro mundo es posible. No siempre es fácil y a veces me lo ponen muy difícil. He conocido también la traición, la manipulación, el odio y el resentimiento, en las filas de la Iglesia y en las del gobierno; en las de los ultras que se resisten al cambio y en aquellos que ni viven ni dejan vivir. Pero no quiero juzgar ni condenar a nadie. Lo he dicho y lo repito: Mi única lucha es contra la pobreza y la exclusión social, y ni me van a matar la esperanza, ni permitiré que me roben la decisión de ser feliz y de trabajar para que todos lo sean.

No pienso dedicarme a la militancia en ningún partido político, y si hago opciones a favor de los derechos humanos, en defensa de la dignidad de todos, y a eso se le llama “hacer política”, que nadie se piense que voy a perder mi libertad afiliándome o hipotecándome con ningún color en particular. A Jesús se lo cargaron porque su mensaje incomodaba al poder político y religioso, y ambos se confabularon para terminar con su vida. Mi fuerza es la del Evangelio, que es además mi norma de vida y el imperativo moral, que junto a tantas vidas maltratadas me mueven a actuar, más allá de lo “establecido” por normas canónicas y movida exclusivamente por mi afán de trabajar por el nuevo orden querido por Jesús de Nazaret.

La malicia de algunos y la manipulación de otros me ha presentado en medio de una situación eclesial personal, mezclada en un juego político, en el que nunca quise entrar, pretendiendo identificar mi actuación y opción con la de la hermana Teresa Forcades, con quien me une el afecto fraterno y el respeto mutuo, que los medios no podrán ni destruir ni poner en cuestión. Forcades legítimamente ha optado, desde el el Evangelio, por una militancia política determinada y es respetable. Pero no es ese mi camino ni mi opción. Pienso seguir siendo monja, viviendo en comunidad y trabajando por el Reino querido por Jesús. No voy a dejar que intereses ajenos nos enfrenten, porque no existe ningún motivo para ello: es más lo que nos une que lo que nos puede hacer legítimamente disentir. Y eso, no deja de ser una riqueza en esta sociedad plural en la que presumimos de libertad y de respeto a la diversidad.

Abrazos y sumas

Mi relación con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, es de amistad personal, y más allá de compartir o discrepar de algunas las políticas o medidas de su Gobierno, puedo decir que es una persona honesta, que nadie ha podido demostrar que sea "un corrupto", todo lo contrario, y que es una persona a la que la anima una vocación de servicio a la ciudadanía y al `país. Puedo decir lo mismo de Xavier Trias. Además no oculto mi amistad con políticos de diversos colores a los que me une la amistad, el deseo de construir y la búsqueda del bien común. Digo esto porque cada uno debe ser responsable de sus propios actos, y porque no es justo que se señale a una persona por la corrupción, mal ejemplo o escándalo de alguien de su mismo partido, de quien ya se desmarcaron facilitando que la justicia realice su labor. Por tanto, no me avergüenzo de dar un abrazo a una persona de bien, con quien también estoy buscando complicidad para conseguir un pacto por la causa que anima mi vida y que no me canso de repetir: Es la eliminación de la pobreza y la exclusión social.

Quisiera sumar. Todos nos necesitamos.Tenemos que trabajar para que en nuestro país y en el mundo a todos les merezca la pena vivir. Desechemos de una vez por todas el odio, el resentimiento y todo aquello que nos distrae de lo único necesario: que todos vivan con dignidad y que haya oportunidad para todos.

Yo, como Pedro y Juan, los apóstoles, no tengo ni oro ni plata, y pido a todos que se sumen y que en nombre del Dios de la vida o de la vida de los hombres, cada uno dé lo mejor de si para que la humanidad se ponga en pie y pueda, como aquel inválido de nacimiento, comenzar a andar.

Sor María Lucía Caram

Monja Dominica

Convent de Santa Clara

Manresa