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Esto no es Italia
Barcelona tiene muy poco patrimonio barroco, y el poco que hay no se cuida.
Los italianos tienen un dicho: Roma non basta una vita, que es también el título de un libro del que fuera cronista de L'Osservatore Romano y de El Corriere della Sera Silvio Negro. La frase hace referencia a lo inabarcable del arte y de la belleza de la capital italiana. Y viene a cuento de la reflexión de la doctora en Historia del Arte Rosa Maria Subirana: «Esto no es Italia. Allí es muy normal encontrar de todo: palacios, pinturas y cúpulas excepcionales. Aquí tenemos muy poca cosa. Se ha perdido mucho, y precisamente porque se ha perdido mucho, lo que queda hay que conservarlo». Y esta -junto al también doctor en Historia del Arte Joan Ramon Triadó- es su lucha: estudiar, documentar, catalogar e instigar a la Administración a mantener el patrimonio que queda en Barcelona del barroco del siglo XVIII, su especialidad, parte de él en peligro de desaparición «por desidia y razones especulativas», afirma.
A esta última razón responde la demolición, en 1992, de la Casa Pau Ramon de la calle de Sant Oleguer. Su interior escondía un conjunto pictórico único sobre las gestas de los almogávares realizado por Pere Pau Muntanya, uno de los pintores más reputados de la época. En nombre de la renovación urbanística del Raval se tiró al suelo y los murales se convirtieron en escombros. De nada sirvieron las súplicas a Pasqual Maragall enviadas desde la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts: «Se excusaron en que el edificio no estaba catalogado», apunta Subirana. Y por desidia estuvo a punto de desaparecer otro importante conjunto pictórico también de Pere Pau Muntanya, el que esconde el Palau Palmerola de Portaferrissa. Este se salvó, en el 2000, pero no fue gracias a la Administración, sino a la sensibilidad y al dinero del fotógrafo Manuel Outumuro, que compró el edificio para ubicar su estudio.
Y es que uno de los problemas de las pinturas de este periodo -realizadas básicamente en palacios y casas señoriales- es precisamente este, que se encuentran en manos privadas y sus propietarios no siempre son tan sensibles como Outumuro. Tampoco lo es el ayuntamiento visto lo pasado con la Casa Pau Ramon o más recientemente con la no restauración del retablo de Sant Pere Nolasc, uno de los pocos ejemplos de arquitectura pintada en una iglesia de la ciudad. El desnivel de la calle provoca una humedad que reiteradamente estropea la parte inferior del mural. El último desaguisado se arregló pero no de forma ortodoxa: «Lo han hecho fatal -se lamenta Subirana-. Deberían haber solucionado las filtraciones y luego haber restaurado las pinturas, pero se han limitado a poner una capa de yeso blanco que es una vergüenza». Ahora lo que más preocupa a Subirana y Triadó es el futuro de la Casa Erasme de Gònima, la Casa Grassés y el Palau Sessa-Larrard. La primera, levantada en 1780 en la calle del Carme por encargo del rico fabricante de indianas que le da nombre, tiene importantes pinturas de Joseph-Bernard Flaugier, Marià Illa y Bonaventura Planella, pero el edificio, en manos de los descendientes de quien lo encargó, está dividido en apartamentos alquilados y en un estado precario. Y pese a figurar en el Catàleg de Patrimoni de l'Ajuntament, ni se le aplica protección ni se siguen las directrices de su conservación. Algo parecido pasa en los otros dos, con pinturas de Francesc Pla, El Vigatà, y Manuel Tramulles, respectivamente.
Ni un candidato
«Debido a las pésimas condiciones en que se encuentran estos edificios es posible que se acaben perdiendo si no se actúa», apunta Subirana. De hecho, no sería la primera vez que se argumenta una situación de ruina para justificar la piqueta. Lo ideal sería formar un conjunto monumental de cases grans del siglo XVIII, «un patrimonio de interés y desatendido». Pero la cosa no parece fácil. En las elecciones del 2011 se le pidió opinión y presentó una larga lista de obras en peligro. Pero aquí se acabó la historia. En esta contienda, de momento, los candidatos ni siquiera se le han acercado.
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