La política fantasma
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Lo grave no es que militantes de partidos acepten ser candidatos en municipios que a duras penas sabrían señalar en el mapa; lo grave es la desvergüenza de los políticos fantasma que confeccionan listas fantasma con fantasmagóricos aspirantes. Desvergüenza, sí, porque su propósito no es gobernar tales localidades, sino exhibir el número de listas presentadas y, aprovechando el despiste, arañar concejales y votos luego canjeables por subvenciones públicas y sueldos igualmente públicos en la diputación de turno.
Lo más grave no es que 62 diputados del Congreso --uno de cada cinco de los electos fuera de la Villa y Corte-- lo sean por un territorio que solo pisan --y fugazmente-- cada cuatro años, cuando les toca mendigar el voto de los lugareños. Lo realmente grave no es, ni siquiera, que la ley electoral permita atiborrar las candidaturas de cuneros perfectamente ajenos a las inquietudes de sus votantes; al fin y al cabo, les basta con lamer dócilmente el dedo que les da de comer introduciéndolos en las listas. Lo verdaderamente escandaloso es que en el reparto de las galletas sea tan generosa la ración para los paracaidistas del escaño, que pese a residir en Madrid cobran un plus de 1.823 euros al mes (con 14 pagas) por unos gastos de desplazamiento tan ficticios como sus lazos con la circunscripción que los votó.
¿Diputados o lobistas?
Lo grave ni tan solo es que los diputados del PP Vicente Martínez-Pujalte y Federico Trillo --este último, electo por Alicante pero residente en Madrid-- cobrasen más de 400.000 euros de adjudicatarias de contratos públicos por asesorías no documentadas. Lo que clama al cielo es que los diputados, en un rasgo de inconfesable compadreo, se autoricen entre sí a compaginar la tarea de legislador con la de lobista. Y, lo que es peor, que el Congreso tolere sistemáticamente que sus señorías hagan negocios privados renunciando a supervisar los probables conflictos de intereses.
Lo más grave, y de más difícil solución, es que los ciudadanos hemos perdido la confianza en esa política fantasma. En la vieja y en la que, ahora disfrazada con nuevos ropajes, sigue sus pasos llenando las listas con similares tretas.
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