El descenso

ADRIÀ GALLARDO

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Eran las 12h de la mañana y todos estábamos ya preparando los papeles y libros de la próxima clase, precisamente era Geografía. El profesor entró a clase y nos dijo “se ha estrellado un avión cerca de Los Alpes franceses, ¿lo sabéis? Salía de Barcelona, de Barcelona…, 150 pasajeros, no saben aún cuántos tenían origen catalán, iba a Alemania…” y fue cuando dijo aquél destino, esa ciudad que creo que muchos ya jamás olvidaremos, “destino Dusseldorf”. Fue entonces cuando todos cogimos los teléfonos móviles en busca de informaciones que en aquel momento eran casi nulas. Los periódicos solo eran capaces de transmitir como todos los políticos cancelaban sus agendas y se ponían a disposición de la presidencia del gobierno español, la República Francesa y la cancillería alemana.

Después de recibir la noticia del impacto, el profesor abrió el turno de pequeño debate entre sus alumnos, impacto que era el oír el destino fallido al que iban aquella madre con su bebé de siete meses, aquel hombre casi ya jubilado, aquellos 16 estudiantes alemanes residentes de intercambio, 149 víctimas. Sí, 149.

El turno de intervenciones lo abrió una alumna impaciente por saber qué ocurrió, le preguntó al profesor “¿el avión era de Ryanair?” cosa que el profesor negó aunque no pudo concretar de qué aerolínea se trataba. Yo, con mi teléfono en la mano dije seguidas todas las informaciones que pude recopilar en menos de 2 minutos, con las que nos manejamos durante toda esa hora en que todos sacamos al analista que llevamos dentro. Entonces continuó el profesor preguntándose si podría tratarse de un atentado terrorista. Pero ninguno hubiésemos imaginado ni entonces ni nunca que aquel accidente había sido intencionado y menos por uno de los responsables de llevar a esas 149 víctimas sanas y salvas al destino.

Y es que en casos de tragedia extrema nunca nadie piensa que puede ser causa del piloto, ese estereotipo de perfección a los mandos de una aeronave de gran calibre. Quizás a menudo vemos excesivos los controles en aeropuertos, aquello que dicen tierra de nadie, pero es cuando ocurren desgracias como estas cuando creemos escaso todo tipo de control. Y ahora van y dicen que la compañía sabía de los problemas depresivos de este piloto, pero ahora también dicen que el copiloto tenía un trastorno. El ser humano es impredecible, un día piensa una cosa y al siguiente cambia de opinión, un segundo dice ‘no’ y al siguiente lo hace efectivo, y es que posiblemente eso ocurrió a Lubitz, una persona enferma que un segundo dijo que no y al otro bloqueó la puerta de cabina y presionó el botón de descenso automático.

Sobre las 13:30 h el profesor terminó la clase tras un debate intenso de aviación, sin llegar a ningún tipo de conclusión, barajando informaciones muy escasas y sin posible cabida ninguno de nuestros pronósticos iba a estar esta fatalidad.

Porque el ser humano es eso, una duda sin respuesta, algo vulnerable ante la cobardía o posiblemente la única respuesta sea que era imposible de predecir.