El apunte
Aplausos con estilo
La forma de aplaudir al líder por parte de los dirigentes del PP es toda una seña de identidad
Albert Garrido
Periodista
ALBERT GARRIDO
Conforme se aproxima el 24 de mayo se multiplican los aplausos que cada partido dedica a su líder carismático, salvo en la sede de UPD, donde cuentan los días por broncas. La cosa ha ido a más desde el martes, cuando el core capital del PP aplaudió a Mariano Rajoy con el vigor y profesionalidad que atesora la derecha para momentos de gran intensidad dramática. Esa forma de aplaudir en pie, con el torso ligeramente inclinado hacia adelante, con el ritmo cadencioso que solo procura la experiencia, es una seña de identidad intransferible y de rancia solera. Eso no se aprende en cuatro días o en un curso on line; eso requiere tradición, formación y tiempo para lograr que el aplauso no suene a chirigota, para que sea lo que es: un atributo distintivo de un mundo distinto y distante.
Esos aplausos deberían enseñarse en las escuelas de negocios, en los másteres de relaciones públicas, en la Escuela Diplomática y en otros templos del saber muy apegados a cuidar los detalles, el protocolo y las buenas costumbres. Esos aplausos despegados del contenido del discurso que los precede no son ninguna tontería: obligan a vestir y a sonreír como quien no quiere la cosa, como si fuese lo más natural del mundo aplaudir y darse por satisfecho aunque lo dicho no tenga mayor interés. Son aplausos al compás del frufrú de los marengos, del prêt-à-porter de marca, de ese discreto encanto que ni se compra ni se vende.
Diríase que con esa gracia para dar palmas que Dios les ha dado no es posible que sean ciertos los manejos de la familia Gürtel; no es posible que los albañiles de la calle Génova cobraran bajo mano o de la caja B o de dádivas y ahorros sin identificar; que los tesoreros del partido, por costumbre, por fidelidad al pasado, hayan hecho mangas y capirotes con los libros de contabilidad. Diríase que ciudadanos tan apegados a los rigores de la estética más de siempre debieran ser también y en toda hora ciudadanos libres de toda sospecha, sin mácula ni salpicaduras de la alcantarilla.
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