ANÁLISIS
O hay acuerdo o el desastre será común
Rafael Vilasanjuan
Periodista
RAFAEL VILASANJUAN
Terrorismo islámico en el corazón de Europa, alto el fuego en Ucrania y renegociación de la deuda griega. Nunca como ahora la agenda europea había estado tan cargada, nunca tan repleta de urgencias. De estos tres grandes desafíos que atenazan a la Unión Europea, Grecia es el único que depende exclusivamente de la voluntad propia ¿No convendría empezar por ahí?
Tras la elección de Alexis Tsipras, superada la frialdad en las formas de los primeros encuentros, el nuevo Gobierno griego, con el ministro de finanzas Yanis Varoufakis a la cabeza, se ha entregado a una prueba que conocen bien porque la inventaron: la maratón. La carrera para corregir el destino heleno es comparable a esta prueba mítica. No es solo una metáfora para describir el recorrido por las principales cancillerías para intentar arrancar complicidades. Como en una maratón, la resistencia cuenta y aunque el recorrido es largo la distancia es limitada y su punto de llegada, la decisión de los ministros de economía de la eurozona.
Aunque ayer no hubo acuerdo ya no hay mucho margen. A Varoufakis le quedan dos semanas para que se le acaben los fondos y la maratón para extender las condiciones del rescate acabará el viernes. No llegar a un acuerdo supondría en Atenas no encontrar dinero para pagar la nómina. Lo peor es que no tendría con qué devolver los intereses de una deuda que supera con creces su capacidad de ingresos. En lenguaje de empresa, con la hoja de resultados del Gobierno griego, estaríamos en concurso de acreedores. Si comparamos con una economía doméstica, ya les habrían embargado todos sus bienes y ahora estarían en ese proceso injusto de entregar la vivienda y seguir pagando al banco.
El problema es que Grecia no es una empresa, ni una familia en bancarrota abocada al auxilio social. Grecia es parte de un proyecto común y sería un error analizarlo como un problema ajeno. Es mutuo. Los griegos han empezado a hacer sus deberes. Ya han apartado del poder a los que se pegaron un festín a crédito hasta dejar el país en la ruina. El primer rescate fue para que los bancos europeos recuperaran aquellos créditos, pero ni alivió la deuda ni frenó el deterioro social. ¿No debería la UE dar un respiro?
Problema político
Aunque el nuevo Gobierno genere recelos por exhibir en campaña su agresividad contra las políticas de austeridad, no se debería subestimar su capacidad para extender la mano. Más que un nuevo rescate, Atenas necesita un plan de viabilidad económica. Controlado, sí, pero con autonomía para decidir prioridades e intentar salvar un país a la deriva.
Mientras se multiplican los frentes donde se espera una reacción que permita salir a Europa de la anemia, tal vez no sean los ministros de la eurozona quienes acaben de perfilar un acuerdo. El problema no es solo financiero, es político y a Europa le corresponde agotar las posibilidades de arreglo, aunque sea tibio y para salvar la cara. O eso o el desastre será común.
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