La formación especializada de los médicos
El examen MIR, a examen
Al no estar tutelado por la universidad el sistema no favorece el estudio ni la crítica científica
Antonio Sitges-Serra
Vicepresidente de Federalistes d'Esquerres.
ANTONIO SITGES-SERRA
Hace tiempo que deseaba escribir una crítica razonada del sistema MIR (Médico Interno Residente) y si no lo he hecho antes ha sido por no desilusionar a Marta, Sabina, Carlos, María, Ananda o Nerea ni a los miles de graduados en Medicina enclaustrados durante el último año que, cual manso rebaño bovino, acudieron puntualmente al examen el pasado sábado 31 de enero. En absoluto escribo para desmerecer su esfuerzo. Todo lo contrario. El examen MIR ha sobrevivido inmutable durante casi 40 años porque asegura la igualdad de oportunidades y evita mangoneos y enchufes que, en realidad, fueron los motores más potentes para su creación. Pero de un sistema de formación de especialistas organizado de forma reactiva no podía esperarse un resultado homologable a los mejores de nuestro entorno. El sistema MIR nació con malformaciones congénitas a pesar de que se inspiró en el sistema norteamericano, al que trató de imitar. Sus padres descartaron sin miramiento alguno las cuatro premisas básicas sobre las que se construyó el modélico Residency Matching Program estadounidense; a saber: dependencia de la universidad, doble elección, etapa troncal y examen final.
Al no estar tutelado por la universidad, el sistema MIR no favorece la dinámica de estudio ni la crítica científica. La mayor parte de programas se centran en la formación asistencial que proporciona mano de obra barata; tan solo en unos pocos centros liderados por especialistas capaces y académicos alcanzan un nivel intelectual decente. Peor aún, la independencia de la universidad fue sustituida por la dependencia de un único hospital con lo cual los MIR pierden oportunidades docentes si su centro cojea (como cojean muchos hospitales). Al no haber doble elección, los hospitales están obligados a quedarse con el MIR que escoge plaza independientemente de los intereses del servicio y del currículo, capacidades y aptitudes del propio interesado.
Haber descartado la troncalidad pertenece, como tan a menudo sucede en España, a la cultura del café para todos. Los licenciados interesados por la cirugía entran directamente en las especialidades (neurocirugía, cardíaca, vascular) sin haber cursado los obligados -en los esquemas docentes extranjeros- dos o tres años de cirugía general, para luego realizar una superespecialización. Ello ha ido en detrimento de la formación, ha generado problemas graves en la atención urgente y ha reducido el espectro de conocimientos y habilidades de los especialistas. Y no solo en cirugía sino también en medicina interna, donde el problema es, si cabe, aún más preocupante. El parche que se ha pactado recientemente, después de una década de «aportaciones de todos los estamentos implicados», ha acabado, efectivamente, en un parche que a nadie convence y que es un pálido reflejo de lo que debiera ser la troncalidad. Finalmente, la formación obtenida vía MIR no se evalúa al acabar la residencia y es la única excepción que conozco de un programa docente que no finaliza con una certificación. Nada que se parezca a los Boards americanos o a los Fellowships de los Royal Colleges en Reino Unido, que son imprescindibles para el ejercicio de la profesión.
Aparte de estos cuatro errores congénitos del sistema MIR, los años lo han ido desmejorando al irse añadiendo errores adquiridos. De entre ellos quiero destacar la depreciación del valor de las notas de la carrera, la presión del examen sobre la docencia en quinto y sexto cursos y el bloqueo de los entusiasmos y las vocaciones. En la última edición, la nota del examen representa el 90% de la calificación a lo que se suma el 10% del expediente académico. Es decir, uno podría plantarse en un buen programa de residencia con uno o dos años de intensa dedicación al estudio de biblioteca con el soporte interesado de las academias ad hoc. El examen MIR se va asemejando a unas oposiciones a juez o a registrador de la propiedad. ¿Para qué seis años de estudio y un gasto público que llega fácilmente a los 80.000 euros por estudiante graduado?
La presión del examen MIR se hace sentir cada vez más sobre los últimos años de la carrera: predominio de las preguntas de respuesta múltiple sobre las de ensayo y de los conocimientos teóricos sobre las actitudes y habilidades, retiro hacia las bibliotecas, martilleo en las academias oportunistas los sábados y deshumanización de unos estudios acríticos y colegiales. Para acabar, los estudiantes hoy no se plantean dar vía libre a su interés o entusiasmo por alguna de las materias que van conociendo. Se autocensuran las simpatías porque, a fin de cuentas, su destino va a decidirse en un examen a cara o cruz en el que una o dos respuestas correctas más o menos les puede hundir su ilusión.
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