Una transición modélica
Túnez, árabe y democrático
El país magrebí muestra que las sociedades islámicas no son incompatibles con libertades y derechos
Xavier Rius Sant
Periodista. Autor de 'Vox. El retorno de los ultras que nunca se fueron'.
XAVIER RIUS
La culminación de la transición tunecina, con la elección el día 21 del laico Beyi Caid Essebi como presidente, tras unas elecciones legislativas plenamente libres, y de la aprobación de una Constitución que reconoce la libertad religiosa y de conciencia, prohibiendo expresamente la persecución de la llamada apostasía -dejar de ser musulmán o cuestionar la interpretación literal del Corán-, es una muestra clara de que las sociedades islámicas pueden evolucionar hacia una normalidad democrática. Una democracia plena sin que la religión, o su interpretación más o menos estricta, restrinja la igualdad de derechos de las mujeres e imponga unos criterios morales y religiosos contrarios a la libertad de pensamiento.
En Túnez se inició hace cuatro años la llamada 'primavera árabe' que en otros lugares ha fracasado o ha abocado al país a una situación mucho peor que la anterior. En Egipto ha significado un nuevo gobierno autoritario, a cargo del general Al Sisi desde julio de 2013. Así llevó a prisión tanto a los islamistas como a los jóvenes blogueros y laicos que impulsaron la caída del gobierno de los Hermanos Musulmanes, y con una economía que no remonta. Libia se hunde en el caos más absoluto con bandas armadas luchando entre sí, con dos gobiernos enfrentados, uno en Trípoli y otro en Tobruk, mientras el Estado Islámico intenta hacerse su lugar. Y en Siria con una guerra interminable, con la destrucción del país, y la presencia del Estado Islámico que ha consolidado su califato. Además amenaza con extender la guerra al Líbano, que sufre un alud insostenible de refugiados.
La mirada puesta en Europa
Entre los factores que han hecho posible este cambio de paradigma en Túnez, hay, en primer lugar, la voluntad de gran parte de la sociedad: los jóvenes, las mujeres urbanas, las clases medias, los sindicatos y los profesionales. Tienen su referente de sociedad en Europa y apuestan por un sistema democrático que garantice las libertades individuales, sin 'barbudos' que impongan sus concepciones del mundo, de la religión y las relaciones humanas. Si miramos las imágenes de celebración de la victoria del partido Nida Tunis, veremos mujeres con velo y chicas escotadas con largas cabelleras. Es decir, una sociedad plural que ubica la religión, su grado de seguimiento en el ámbito personal y en el respeto al derecho del otro a creer o no creer, practicar mucho o nada, y poder vivir el islam con la misma flexibilidad que mucha gente vive o deja de vivir el cristianismo en Europa y no debe ocultar en qué cree o no cree.
En segundo lugar, está el convencimiento de gran parte de la población de que entrar en una deriva autoritaria y de confrontación, como Egipto, hubiera sido perjudicial para todos. En Egipto los militares recuperaron el control cuando el Gobierno islamista se vio incapaz de gestionar la transición y la economía, hundiendo el poder adquisitivo de los ciudadanos muy por debajo del que tenían con Mubarak. Y en medio del caos y las protestas, Al Sisi tomó el poder y encarceló a islamistas, a jóvenes antislamistas y a políticos demócratas, favoreciendo así que la cúpula siga controlando la economía y las empresas. De hecho los islamistas de Ennahda que gobernaban en Túnez renunciaron al poder a mediados de 2013, tras un gran descontento popular y al ver cómo habían acabado los Hermanos Musulmanes egipcios.
Ruptura del tópico
En tercer lugar, Túnez tuvo la suerte de que la caída del dictador no se hizo con la ayuda de milicias armadas que, como ha ocurrido en otros lugares, después no se han sometido al poder civil. Y le ha beneficiado el mantenerse al margen de la pugna entre Teherán y Arabia Saudí, entre chiís y sunís, que tanto daño han hecho en Siria, Irak, Yemen y en Líbano. Y tampoco ha sido afectada por la pugna interna suní entre Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes y Turquía, financiando o apoyando a uno u otro de los grupos armados religiosos o políticos sunís que luchaban entre sí, lo que ha favorecido el surgimiento del Estado Islámico.
Túnez, pues, muestra un camino que rompe el tópico de la intrínseca imposibilidad de los nacidos musulmanes o en regímenes musulmanes para aceptar plenamente la democracia, la sustantividad de los derechos humanos, la libertad de conciencia, la igualdad de la mujer, y poderse dotar de un sistema político democrático. Evidentemente los dos talones de Aquiles del nuevo régimen son la inestabilidad de su vecina Libia, y la fragilidad de la economía que sufre la caída del turismo, la falta de inversión extranjera y exportaciones. Y aquí la pelota está en el tejado de Europa, que debe apostar por Túnez. Porque evidentemente si la economía no remonta, entonces los que rechazan el sistema democrático encontrarán un resquicio para desestabilizar el país.
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