Análisis

Un hombre que no se va

VICENÇ VILLATORO

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Un día, en Castro del Río, me tenía que cortar el pelo. Le expliqué al barbero que soy hijo y nieto de castreños que, como gran parte de los emigrantes del pueblo, fueron a parar a Terrassa. El barbero me dijo que él tenía muchos vínculos con Terrassa, parientes y amigos, y que de hecho a los 15 años había comprado el billete para ir, pero cuando ya había subido al autobús, a la salida de Castro, apareció su madre, se puso a llorar y casi le agarró de la oreja para que no la dejara sola. Se quedó. De eso hacía un montón de años. Un momento clave en su vida. No sabía cómo habría sido su vida en Terrassa. En Castro, de barbero, no le iba mal.

¿Por qué de un mismo pueblo, en un mismo momento, de dos personas de la misma edad y perspectivas de futuro similares, una emigra y la otra no? Pues a veces porque sube su madre al autobús y la coge por la oreja. Para un chico de Castro de 15 años, en los 60, irse a Terrassa era una perspectiva natural, bien situada en el catálogo de las opciones vitales, más que quedarse. La emigración es un hecho individual, pero siempre en un marco colectivo. En las migraciones, como en las bandadas de pájaros, a veces parece que se ponga en marcha simultáneamente en personas distintas una misma llamada, un reloj biológico. La emigración es una decisión personal, pero hay corrientes migratorias.

Obviamente, el principal marco es el económico. La gente se va buscando trabajo y futuro, cuando no los tiene. Pero hay otros marcos, quizá menores. La gente se va de donde cree que no tiene ningún horizonte, y eso no es solo laboral. Se va de donde se ahoga, de donde su nacimiento determina demasiado el futuro, de donde se siente marcada. No se entiende la emigración andaluza de los 50 sin el efecto, no solo económico, de la guerra. Y la gente se va donde cree que hay horizonte, además de trabajo. Donde cree que puede volver a empezar mejor. Emigrar es siempre perseguir un sueño (que no siempre corresponde a una realidad).

Cuando aparece la posibilidad y la necesidad de irse ¿por qué no te vas? El miedo a lo desconocido, no dejar solos a los padres mayores (esto pesa mucho), estar muy arraigado a una sociedad, unas costumbres y una red social... Mi barbero de Castro podría ser hoy mi barbero de Terrassa. Fue a cara o cruz. Y según con quién se hubiera casado en Terrassa, a qué barrio hubiera ido a vivir, cómo le hubieran salido los hijos, quizá no nos habríamos encontrado nunca o quizá nos habríamos encontrado en un mitin soberanista. Son azares encadenados. El primero, quedarse en el autobús o bajar. Renacer en Terrassa o no dejar sola a la madre. Supongo que siempre ha ido así, también hoy, entre los que vienen y los que se van de aquí. En ciertos momentos, irse a hacer las Américas (en cualquier versión) entra a formar parte de las opciones naturales. Por la atracción de las Américas y por la ausencia de horizonte en el lugar de donde eres. Algunos se van, a menudo los más osados. Algunos se quedan, no siempre los más atemorizados, a veces los que tienen más ataduras. De los que se van, a unos les va bien y a otros no. De los que se quedan, igual. Pero esto ya no es la emigración, es la vida.