MIRADOR
Desolación e incertidumbre
El panorama económico, social y político general es desolador. El miedo a la recesión sacude las bolsas, particularmente en Europa donde la economía sufre las consecuencias de la austeridad impuesta por Angela Merkel. La esperanza en una leve pero sostenida recuperación en España se disipa, y eso nos arrea un enorme mazazo psicológico porque las expectativas cumplen en economía un papel importante. También en política, por supuesto. Mariano Rajoy ha fiado la legislatura al discurso de la recuperación, mientras vive instalado en el quietismo político y Soraya Sáez de Santamaría corre a enmendar la ineptitud de otros ministros. Incapaz el presidente de echar a nadie del cargo, solo nos queda la esperanza de que Ana Mato siga el camino de Alberto Ruiz-Gallardón. En el caso del nuevo titular de Justicia, Rafael Catalá, parece que hemos ganado algo de sentido común, pues ha anunciado que se propone reexaminar con un acento más social algunos proyectos de su antecesor (tasas, código penal y justicia gratuita) y enterrar otros que generan una fuerte división (poder judicial y enjuiciamiento criminal). Junto con el éxito del ministro Margallo ayer en Naciones Unidas, esa es la única nota positiva de un Gobierno sin pulso, lastrado por unas expectativas electorales en caída libre.
Si la situación económica es incierta, también lo es la política. Parece que estamos a las puertas de un gran cambio general con la irrupción de Podemos como enterrador del bipartismo. Pero está por ver que las luchas internas por la importante cuota de poder que podrían alcanzar no empiece pronto a hacer viejo lo que parecía nuevo. El debate sobre si concurrir o no a las elecciones municipales y autonómicas está abriendo una crisis importante en la nueva fuerza, ya que muchos no entienden la renuncia a echar a la casta, como dicen, de todas las instituciones y lo antes posible. Preservar la marca Podemos solo para las elecciones generales garantiza hasta entonces su pureza, a mayor gloria de Pablo Iglesias, pero pone de manifiesto la contradicción del discurso y el personalismo del proyecto.
Y mientras la economía mundial se tambalea y entramos en una etapa de desigualdades crecientes, en Catalunya estamos obcecados con un juguete que no tiene respuesta a nada de eso y que está agravando nuestras desgracias. Lo del Dragon Khan del tripartito es una broma al lado de esto. El proceso soberanista está a punto de liquidar el sistema de partidos. Cuando ERC parecía que iba a comérselo todo, desplazando del poder a CiU, resulta que la ANC se convierte en un campo de batalla que puede acabar alumbrando una candidatura electoral sin siglas partidistas y hasta sin políticos. A la desolación general del momento se le añade una gran incertidumbre.
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