Elecciones en el gigante sudamericano

Continuidad o cambio en Brasil

La incertidumbre económica juega contra Dilma Rousseff pero Marina Silva sigue siendo una incógnita

ANTONI TRAVERIA

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Solo una nueva incidencia imprevista podría evitar que hasta el último minuto del domingo 2 de noviembre no se conozca el hoy incierto desenlace de las elecciones presidenciales más reñidas de Brasil desde 1989. Marina Silva, exministra disidente del gobierno del presidente Lula da Silva (2003-2010) y exmilitante durante 25 años del Partido de los Trabajadores (PT) se ha convertido en la única esperanza de la oposición política y económica para evitar la reelección de Dilma Rousseff. Dos mujeres que se conocen muy bien, con coincidencias compartidas en sus trayectorias políticas del pasado, pero con enfrentadas diferencias en sus propuestas de futuro.

No será la primera vez que ambas confrontan su liderazgo social ante el inapelable veredicto de los electores. En la primera vuelta de la elección del 3 de octubre del 2010, Marina Silva, candidata entonces por el Partido Verde, quedó en tercera posición-insuficiente para seguir en la carrera hacia la presidencia- con un más que meritorio porcentaje del 19,3 % y poco más de 19,5 millones de votos; a muchísima distancia, sin embargo, de los más de 47,5 millones logrados por Rousseff, un 46,9%. Ahora todo podría ser muy distinto. Marina Silva irrumpió como un ciclón repentino dispuesto a dar un vuelco político de grandes proporciones.

Las diferencias ideológicas y personales no han dejado de crecer entre ellas desde entonces. La súbita muerte del candidato del Partido Socialista (PSB) Eduardo Campos, el pasado 13 de agosto, agitó de tal manera la hasta ese instante anodina campaña que convirtió a Marina Silva, de la noche a la mañana, en un imprevisto fenómeno político avalado por las encuestas. Una oportunidad para recuperar aliento por parte de los sectores conservadores de oposición al Gobierno que ya habían bajado los brazos dando por seguro un triunfo cómodo, incluso en primera vuelta, de la presidenta.

Atrás quedaban las gruesas descalificaciones lanzadas desde los más influyentes conglomerados de comunicación que no han dudado en apostar ahora, de repente, por Marina Silva como última opción que evite cuatro años más de lulismo. La estrategia no ha sido otra que la de intentar unir a todos contra Dilma Rousseff, como han venido haciendo desde aquella ocasión en que Lula da Silva tuvo su primera oportunidad frustrada de presidir el país en 1989, cuando crearon de la nada un producto televisivo llamado Fernando Collor de Mello, presidente que solo pudo ejercer durante dos años (1990-1992) al descubrirse su implicación en una enorme trama de corrupción.

La economía de Brasil, la séptima mayor del mundo, entró en recesión en los dos primeros trimestres de este año, algo que no sucedía desde finales del 2008. El estancamiento de la actividad industrial y de la inversión son los factores clave que darían explicación a un dato que genera angustia en las clases medias, decisivas en esta elección. Los gobiernos de Lula Rousseff rescataron de la miseria a casi 30 millones de personas pero la crisis económica mundial ha acabado por afectar también al gigante sudamericano. El Gobierno aplica recetas conocidas de ajuste del gasto público, pero las tasas de interés están muy elevadas y hay una apreciación cambiaria de moneda que no facilita la recuperación. Las previsiones de fuerte crecimiento anunciadas, día sí y día también, para el 2015 por los economistas de cabecera de la presidenta Rousseff no parecen haber despertado confianza.

Con todo, Marina Silva no deja de ser un enigma. Es una devota creyente adscrita a la evangelista Pentecostal Asamblea de Dios, contraria al aborto y a la legalización de las drogas blandas. Ha prometido construir una especie de nueva tercera vía sin partidos ni ideologías; con la medida estrella de la autonomía del Banco Central, bendecida por unas élites financieras que se ven representadas en el equipo personal de la candidata. Dos ejemplos: su asesor económico es Eduardo Gianetti da Fonseca, exdirectivo de la Federación de Industrias de Sao Paulo, y la coordinadora general es Marie Alice Neca Setúbal, empresaria heredera del Banco Itaú.

Las últimas dos semanas pueden haber supuesto un nuevo giro muy llamativo que favorecería las expectativas de continuidad. El cambio de tendencia se habría producido en el instante en que Rousseff decidió acentuar la politización de la campaña, entrando en la crítica frontal a las propuestas sociales realizadas por su oponente. Una coyuntura zigzagueante de un Brasil observado con gran expectación por sus vecinos latinoamericanos -Bolivia y Uruguay tienen elecciones este mismo mes de octubre- y por EEUU, a quien no disgustaría el cambio.