La memoria histórica
Mauthausen y 'El triángulo azul'
Solo los supervivientes españoles del campo de exterminio nazi no pudieron volver a su país
Acabo de ver otra vez, en Youtube, Mauthausen, el deber de recordar, el espléndido documental de Joan Sella y Cesc Tomàs estrenado por La 2 en el 2000. Estructurado en torno al testimonio de ocho supervivientes españoles de aquel infierno -casi todos ya muertos, si no todos-, y con la aportación de material fotográfico y fílmico de alta calidad, me ha vuelto a conmover. Entre otras razones, por lo profundamente desgarrador que es lo que se cuenta, el hilo conductor de la visita a un colegio de Sitges del antiguo deportado Antonio Roig, la excelencia del guion y de la dirección, la discreción de la música y la hermosura y emoción contenida de la voz de la narradora, Marisol Soto.
Fue viéndolo hace 14 años cuando me enteré por primera vez de la extraordinaria y valentísima hazaña del preso barcelonés Francesc Boix, que logró poner a salvo las miles de fotografías con las que los nazis registraban cada detalle de lo que ocurría en el campo, incluidas las más asquerosas torturas y ruindades. Y lo logró gracias a la colaboración de la austriaca Ana Pointner, quien, arriesgando su vida, aceptó ocultar en su casa cercana los clichés robados. La secuencia de la declaración de Boix en Núremberg, parcialmente recogida en el documental, es de un dramatismo intenso, sobre todo cuando, preguntado por el juez, señala a Albert Speer, sentado entre los presos, como uno de los nazis de alto rango que inspeccionaron el campo y estaban al tanto de la diabólica maquinaria de muerte que allí funcionaba, algo que no pudo seguir negando ante la contundente evidencia de las imágenes.
Cuando el infame Himmler visitó Maut-hausen observó que muchos presos llevaban un triángulo azul. ¿Quiénes eran? Al ser informado de que se trataba de los inmundos «rojos españoles» que habían luchado contra Franco y luego, exiliados en Francia, contra el Führer, la orden fue tajante: «¡Todos al crematorio!». De los aproximadamente 10.000 republicanos hacinados en el campo, unos 7.000 fueron exterminados. Quizá lo más terrible es que, si los otros supervivientes volvieron a sus países de origen como héroes, los españoles no podían poner los pies en el suyo (a no ser que hubiesen adquirido otra nacionalidad). Es difícil concebir un final de guerra tan lamentable, una injusticia tan brutal.
Las secuencias de la llegada de los norteamericanos a Mauthausen, algunas incluidas en el documental, son de una emotividad casi insoportable, con el telón de fondo de la enorme pancarta colgada en la entrada y que decía: Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas de liberación. La euforia fue necesariamente efímera, pues tras los abrazos y apretones de manos los soldados aliados se encontraron en seguida con la evidencia de una barbarie inimaginable, con miles de cadáveres esqueléticos amontonados a la espera de su turno en los crematorios, que ya no funcionaban por falta de combustible.
En Madrid hemos tenido la suerte, estos días, de poder asistir a una muy valiosa obra de teatro, El triángulo azul, de Mariano Llorente y Laila Ripoll, inspirada en la misma atroz historia. Los autores se han fijado sobre todo, para construir su drama, en Francesc Boix y su compañero de laboratorio fotográfico, Antonio García, e intuyo que el documental de marras les ha servido para su investigación previa. Me parece genial haber recurrido a la improvisada orquesta española de varietés tolerada, contra todo pronóstico, por las autoridades nazis. E inolvidable la recreación, en clave grotesca, del sádico escarnio y ahorcamiento, delante de todo el campo, del preso fugado.
Tanto la crítica como el público que ha abarrotado durante un mes la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán han aplaudido calurosamente la obra en sí y el de veras estupendo trabajo de los actores. Espero que El triángulo azul llegue pronto a Barcelona. Y, si es posible, a otros rincones del territorio nacional. Porque, entre sus demás méritos, nos recuerda de soslayo que en España hay todavía 130.000 víctimas del franquismo enterradas en cunetas y cuyo abandono por parte del Estado clama al cielo.
Y una reflexión final. En 1978, durante su visita a Austria, Juan Carlos I envió a Mauthausen a dos representantes suyos que colocaron una corona de flores rojas y amarillas al pie del monumento dedicado a los republicanos exterminados. Llevaba esta inscripción: El Rey de España, a los españoles muertos fuera de su Patria.
¿Podemos alimentar la esperanza de que, un día, Felipe VI vaya al campo de Mauthausen en persona y diga allí algo más respetuoso para con la memoria de aquellos miles de antifascistas españoles inmolados por el nazismo? Quisiera creer que sí. Atentos.
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