monólogos imposibles

El hada buena

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en el estadio Arena das Dunas, en Natal.

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en el estadio Arena das Dunas, en Natal. / periodico

JOAN BARRIL

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Hace ya bastantes años, llevé a unos amigos a Manaos. Allí alquilamos una pequeña embarcación para ver el Encontro das Aguas, esa curiosa línea en la que las aguas negras del Río Negro y las aguas pardas del Solimoes acaban formando el Amazonas. Durante muchos kilómetros río abajo las aguas no se mezclan entre sí y eso permite curiosas fotografías y animadas conversaciones. Recuerdo que el barquero era un hombre mayor, negro, que hubiera podido encarnar a Otelo en la cercana ópera que la industria del caucho levantó en Manaos. Uno de mis amigos, por supuesto europeo, le preguntó al barquero cómo era posible que todavía no se hubiera elegido a un presidente negro. El barquero le respondió que Brasil era como aquel Encontro das Aguas. Las dos corrientes marchaban en paralelo hacia el mar, hasta que llegaba un punto en el que el Amazonas era de un solo color. Y añadió: “Para eso hace falta mucho tiempo todavía. Antes tendremos una mujer presidenta que un negro como yo al frente de Brasil”.

Cada vez que me miro en el espejo recuerdo las palabras de aquel hombre. Soy la primera presidenta de Brasil. Mi padre era un inmigrante búlgaro y yo fui una resistente ante los golpes de Estado de los militares. Me detuvieron y me torturaron y asistí a la llegada de la paz y de la victoria electoral. Llegué al poder porque Lula me abrió la puerta. También yo gané las elecciones con la promesa de garantizar a todos los niños de Brasil la posibilidad de desayunar. Y ahora estoy aquí, intentando que la pobreza endémica aminore y al mismo tiempo rezando para que lo del Mundial de fútbol acabe bien y no nos lleve de nuevo a la quiebra.

Porque empiezo a estar un poco harta de la oligarquía de este país. Dan rienda suelta a la ambición y a la avaricia y, cuando llega un problema grave, entonces mandan al ejército a poner orden. Hace tiempo que los militares están tranquilos, pero Brasil es un hábitat idóneo para la fuerza de las armas. Me gustaría que ahora mismo fuera ya el 13 de julio y estuviéramos dando la copa del mundo a la selección que más se lo mereciera. Para continuar repartiendo desayunos y esperando que algún día el Encontro das Aguas dé lugar a un nuevo cambio de los gobernantes y yo me pueda ir a descansar tal como hace Lula, en alguna cabaña tranquila, lejos de las multitudes, ya sean éstas agradecidas o vengativas.

El poder en Brasil se suele sentar en un trono que siempre trastabilla. Somos la novena potencia económica mundial pero podemos descender vertiginosamente en cualquier momento. A veces tengo la sensación de estar permanentemente vigilada por los poderosos. Toda mi sonrisa es para el mundo, pero no tengo muchos motivos por sonreír. Soy la primera presidenta de Brasil y me esperan alegrías y sambas, fútbol y miseria. Debo cuidarme tanto de las piernas de mis futbolistas como del llamado “pulmón del planeta”. Menos mal que el cáncer linfático que me detectaron en 2009 ya está resuelto. Se necesita fuerza para llevar adelante este país. Fuerza me sobra, pero ahora tengo demasiadas cosas en la agenda. Y el maldito fútbol, claro. Sobre todo el fútbol.