El debate sobre el nacionalismo

Identidades nacionales en el diván

La articulación social debería configurarse según el modelo que ofrezca más calidad de convivencia

CARLOS LOSADA

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En toda Europa hay un resurgir de las identidades colectivas: tanto identidades de estado-nación (francesa, holandesa, española…) como identidades subestatales (escocesa, catalana, flamenca…) Lo cierto es que la identidad, y temas relacionados, forman parte intrínseca de la personalidad individual y colectiva. El profesor Sélim Abou, SJ, rector de la universidad jesuita de Saint-Joseph en Beirut, gran estudioso de la realidad social de Oriente Medio, decía que la necesidad de identidad -étnica, nacional o religiosa- radica en una pulsión más primaria y ontológica que, en términos de Hegel, se definiría como «el miedo primordial absoluto».

Esta necesidad se agudiza en momentos de crisis y de percepción de amenaza. La gente se repliega a lo cercano y tiende a que «su radio de confianza se encoja», en palabras del sociólogo Robert Putnam. Este razonamiento explicaría, en parte, el auge del fanatismo religioso y movimientos de ultraderecha y ultranacionalistas en la actual Europa y también el de los nacionalismos.

¿Cómo nos interpela a nosotros esta reflexión? Hoy, más que nunca, tenemos la obligación de decidir qué sentimiento nacional preferimos y qué calidad humana y proyecto de convivencia lo respalda. La cuestión no es ser ontológicamente independentista o no independentista, sino vincularnos a proyectos que generen y potencien el humanismo. Freud sostenía que el hombre alberga en su interior impulsos de vida y de muerte: Eros y Tánatos (usando el referente de las deidades griegas). Este binomio simplificado nos servirá para profundizar en la disyuntiva de la elección.

Los colectivos humanos pueden desarrollar, y alentar dentro de sí, un sentimiento nacional y de pertenencia nacido de Eros: donde lo propio es querido, cuidado y valorado. Es lo que nos constituye. Al ser una identidad compartida, genera un sentimiento positivo, de dignidad, autoestima y honorabilidad. Pero, a la vez, tenemos una sana capacidad de distanciarnos críticamente cuando conviene; de ver sus deficiencias; de darnos cuenta de que no es un absoluto, sino una construcción histórica y que, como tal, cambiará y desaparecerá. España y Catalunya dejarán de existir. Es un tema del transcurrir del tiempo (solo hay que leer la historia).

El sentimiento de identidad tipo Eros es abierto al otro, vive al otro como portador de nuevas posibilidades, de riqueza, de oportunidades. El otro nos interesa, nos conviene… Es una identidad que abre los brazos para aceptar. Es permeable y compatible con otras realidades. No significa dejar de ser quien se es, ni perder la identidad, sino entrar en diálogo, en relación, como algo necesario. Es un nacionalismo nacido del impulso de vida.

Las colectividades, por otro lado, pueden cultivar un sentimiento identitario nacido de Tánatos: en el que el otro es un problema. El otro es mi enemigo. Es inferior. Es holgazán, incompetente o nos roba. También se desprecia lo que no le es propio, lo ajeno, lo diferente. Se abusa de la posición de poder, no se respeta la cultura del otro; se considera que inventa sus diferencias, o, simplemente, los otros deben adaptarse a nuestra propia identidad nacional, que es superior.

Estos nacionalismos han decorado la historia con la peor y más cruel cara del ser humano. Llevado al límite, el otro no es persona y todo está justificado. Recordemos que muchas veces nacen del sentimiento de miedo. En estos nacionalismos, la convivencia no es un valor superior a la identidad nacional, ni a la democracia, ni al Estado de derecho. Si eres diferente te has de adaptar o no pertenecerás al grupo. El desprecio por el otro es común e, incluso, elemento de unión de la propia tribu. Se vive en yuxtaposición. Los sentimientos son muy parecidos a los fanáticos de un equipo de fútbol en los que la gran identificación con los colores del propio club señalan al resto como enemigos, especialmente al máximo rival. Esto es aplicable a cualquier sentimiento nacional existente hoy en cualquier país: Tanto a los unos, como a los otros.

Para el nacionalismo nacido de Eros, la convivencia es un valor más elevado que el sentimiento nacional. La articulación social, sea centralización, federalismo, confederalismo o separatismo, debería configurarse según el modelo que nos ofrezca una mayor calidad de convivencia y un proyecto colectivo enriquecedor.

Hoy no es fácil, inmersos en un entorno turbulento, optar por un sentimiento nacional de apertura al otro. Los incentivos para vivir desde el sentimiento nacido de Tánatos son constantes, dadas las actitudes de unos y otros. Pero necesitamos optar por Eros…, y esta decisión ha de ir renovándose cada día. Es indispensable.