La clave
De Uber a Juncker
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Los taxistas europeos se han movilizado esta semana contra la plataforma Uber, una aplicación para teléfonos inteligentes (app) que permite contratar servicios de transporte de viajeros sin paradas en la calle. Se quejan con razón los taxistas de que muchos de los contratados no cumplen con la normativa ni pagan impuestos. Un sector hiperregulado que impone barreras de entrada superiores a los 100.000 euros considera que esta app fomenta la competencia desleal. Ante la protesta, el regulador local ha instado a la Comisión Europea a tomar cartas en el asunto. Bruselas ha contestado que no se pueden poner puertas al campo y que el problema no es la app sino las actividades de la economía irregular, cuya persecución corresponde a los estados. No es una respuesta muy distinta de la que dan a los editores de diarios en la lucha contra Google.
Estos desajustes ponen encima de la mesa la complejidad de la política actual: cada día es más difícil acertar en qué ventanilla hay que manifestarse, porque la responsabilidad política se diluye cuando no hay cintas que cortar ni piedras que inaugurar.
El 'efecto Cameron'
Este tira y afloja entre el Institut Metropolità del Taxi y Bruselas no deja de ser el mismo que tienen estos días David Cameron y Angela Merkel a propósito de la elección del nuevo presidente de la Comisión, que amenaza con enfrentar al Parlamento Europeo con los estados miembros. Acuciado por el éxito del UKIP -una especie de Nosotros solos en versión británica-, el primer ministro pretende dejar de depender de Bruselas sin abandonar la UE. Vaya, que quiere todo lo del pueblo pero sin el pueblo. De los taxistas ya se encarga él.
Cameron no quiere a Juncker porque quiere menos Europa; peor aún, una Europa a medida de la City. Por eso la defensa de la candidatura de Juncker no es hoy un asunto partidista sino europeísta. Los mercados no pueden pasar otra vez por encima de las urnas. Ese es el pulso decisivo. Las urnas pueden poner a un conservador, pero los mercados no pueden imponer a otro burócrata que mire la crisis como un partido de fútbol.
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