MIRADOR
No todo vale
Marc es independentista y no de los de última hora. Colgó la estelada en el balcón de su casa casi antes de entrar a vivir en ella. Es un tipo cariñoso, buen padre y buen hermano (doy fe de ello). Lluís, nacido y criado en una familia catalanista de soca-rel, es de los que tiene claro que si hubiese consulta votaría no. Es uno de mis mejores amigos desde hace 20 años y a menudo hablamos del referendo, de la crisis, de la familia… igual que con Marc. Con uno y otro conversamos y discutimos mucho, supongo que como la mayoría de catalanes. Pero mi hermano no tiene nada que ver con una señora de Terrassa que abofeteó a Pere Navarro. Ni mi amigo se parecerá nunca, ni en el blanco de los ojos, a los energúmenos que asaltaron el Centre Blanquerna en Madrid. Marc, Lluís y la inmensa mayoría de los catalanes no son energúmenos que pegan a sus parlamentarios. Tampoco en Castellón es tradición tirar huevos a los políticos pese a que un impresentable le lanzase uno este domingo a Esteban González Pons.
En Catalunya se debate y mucho sobre el futuro. Con más o menos pasión, con mejores o peores argumentos. En almuerzos familiares, cenas de amigos y en el trabajo se discute sobre qué pasará con Catalunya. Diría que es lógico teniendo en cuenta que tres cuartas partes de los ciudadanos quieren votar y no pueden hacerlo. Unos, para cambiar el actual estatus de Catalunya; otros, para modificarlo sin rupturas, y otros, para dejarlo como está. ¿Cómo no va a haber tensión si lo que está en juego es cambiar la historia de Catalunya y España? Los lectores de este diario pueden encontrar cada semana artículos a favor y en contra de la independencia. Unos más escépticos y otros menos con la posibilidad de que los políticos sepan resolver pronto el problema. Se llama pluralidad y pretende reflejar cómo es la sociedad catalana. No debería hacer falta explicarlo pero viendo cómo Rosa Díez y otros insisten (sí, otra vez) en sembrar un odio que no existe habrá que recordar que por más que lo intenten, aquí la gente no nos insultamos por la calle (sí, en el caso de Díez no servirá de nada). Políticos y medios tenemos la responsabilidad de no encrespar los ánimos más de lo necesario. No todo vale para ganar votos o lectores.
Que alguien encuentre de una vez a la señora de Terrassa, que la interroguen y diga por qué quiso pegar a Navarro y, sea o no independentista, condenemos todos, empezando por el presidente de la Generalitat, que alguien abofetee a un representante público. Condenémoslo y no contribuyamos a atizar más la discordia. Porque todos queremos que el incidente a las puertas de la catedral de Terrassa se quede en eso, en un desgraciado incidente. ¿O no? La duda, a las puertas de una campaña electoral, es razonable. Y triste.
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