Una experiencia personal

El buen médico

Privatizar en masa la sanidad es demencial; solo hay dos suertes de medicina y cirugía, la buena y la mala

SALVADOR GINER

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Todos ustedes habrán oído a alguien lamentar alguna vez una mala experiencia que tuvo estando enfermo, por culpa, supuestamente, de sus médicos, enfermeros u hospitales. A mí me acaba de pasar todo lo contrario, de tal manera que no puedo sino contarles algo que solo puede ser un homenaje a las gentes que se ocupan de nuestra salud.

Tal vez recuerden ustedes una emocionante pintura de don Francisco de Goya en la que un médico pone la mano en la espalda de un enfermo y le tiende un vaso -seguramente de un brebaje poco agradable- con cara de preocupación (la del enfermo es más bien de angustia) e intenta persuadirle de que se  trague el contenido sin más aspavientos. El contraste de las expresiones es la clave que inmortaliza el cuadro del pintor aragonés, y por cierto uno de sus lienzos menos conocidos. Ni siquiera se me ocurre emular en un humilde artículo todo lo que dice esa pintura de homenaje al médico.

Pero sí querría rendir homenaje a un conjunto de personas que con profesionalidad, simpatía y hasta ternura se han ocupado de los males de un servidor de ustedes. A fines de julio pasado me asaltó un mal lumbar que no sabía de dónde demonios salía pero que me dejaba totalmente fuera de combate. (Escribí para este estupendo diario un artículo que a pesar de su brevedad me tuvo dolorido, sentado ante el ordenador como si de un acto de heroísmo se tratara). Una visita a la pequeña Clínica del Dolor, en el paseo de la Bonanova, me llevó a un conjunto de resonancias magnéticas, radiografías y exploraciones de diversa índole, y lo primero que alguien como yo, que no he tenido mayor dolencia que algunas tremendas jaquecas en otros tiempos, descubrió fue que la grey de los enfermos es enorme, y que esto del dolor a veces es un misterio.

En una primera operación -Clínica Corachán, de acuerdo con mi mutua, que es la de muchos profesores universitarios, y que no nos excluye de la medicina pública-, un cirujano me arregló dos vértebras lumbares que estaban hechas una pena. Pero el posoperatorio no pareció servir para nada sino para seguir padeciendo dolores lumbares con mayor intensidad. La misma mutua me llevó a la Clínica Quirón, aunque, como cualquier ciudadano, podría haber ido al Clínic. Una vez allí me intervinieron dos cirujanos y un anestesista cuyos nombres no olvidaré fácilmente, que tras darme la mano, sonreírme y tranquilizarme me rajaron la espalda -por decirlo coloquialmente- y me arreglaron las vértebras rebeldes. Tras introducirme nueve -he dicho nueve- tornillos a lo largo de la espina dorsal me mandaron a mi cuarto, donde me desperté cuando tocaba. (Ahora me pregunto si voy a poder pasar sin que se disparen todas las alarmas por esas puertas de seguridad que adornan aeropuertos, algunos bancos y no pocas instituciones).

Pero el profundo agradecimiento desde estos renglones va más allá de mis dos cirujanos y el anestesista. Enfermeras siempre sonrientes y hasta divertidas, un fisioterapeuta que te pasea arriba y abajo contándote o haciéndote contar cosas divertidas, las visitas de tus propios cirujanos o enfermeras -eso sí, pueden ser a medianoche o de madrugada, cuando tú estás en el séptimo cielo- y una sensación incesante de preocupación por cómo te encuentras no te abandonan hasta que sales a la calle. Siempre con sentido del humor y la toma continua de tus constantes vitales. Si encima puedes ver desde tu cuarto un campo en el que juega el Europa -lamento informarles de que, aparte del Barça y el Espanyol, en Sarrià, Gràcia y Horta hay muchos que somos del Europa, el mejor equipo de fútbol de Catalunya, por si no lo sabían-, la situación es perfecta, sobre todo porque además veía, al otro lado de la plaza de Alfonso Comín, viejo amigo y compañero de la estudiantil época de revolucionarios, el piso que ocupan mi hermana y su familia.

No es que, en el dolorido posoperatorio en el que estoy, quiera volver a las clínicas que me tocaron. Pero ya las estoy añorando. Y si algún taimado lector cree que son para privilegiados, le informaré de que mis propios cirujanos pasan cada día media jornada en el Clínic. Privatizar en masa la medicina como están intentando ahora en Madrid es una decisión demencial que ya ha dado resultados muy tristes en otros países, empezando por Gran Bretaña, y que aquí descubren unos insensatos sin querer saber que solo hay dos suertes de medicina y cirugía, la buena y la mala. De eso los médicos, los enfermeros, los fisioterapeutas y sobre todo los enfermos mismos saben  bastante más que nuestros listísimos políticos. En todo caso, ha sido un placer escribir todo un artículo sin criticar ni quejarme de nada ni de nadie. Por fin.