La elusión de responsabilidades

Nadie es culpable

Hay que combatir el neofatalismo de la civilización occidental que ve en todo causas naturales explicables

SALVADOR GINER

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Ya nadie es responsable de nada, o como se suele decir en las lenguas hispanas, nadie tiene la culpa de nada. (Se habrán ustedes percatado de que solemos decir que la culpa la tiene la sequía para quejarnos de una mala cosecha, como si las causas de la lluvia estuvieran en manos de un dios perverso y vengativo capaz de culpabilidad. Esa mentalidad está solo a un paso de la de los antiguos hebreos, que sostenían que Yahvé mandaba plagas a los hombres por no obedecerle y adorarle, o por pecar).

Un tribunal acaba de decidir -con la acostumbrada celeridad de la justicia en este país- que la catástrofe del buque cisterna Prestige en las costas gallegas, hace la friolera de 11 años, no fue culpa de nadie. Han decidido que aquello fue lo que los magistrados de los países anglosajones y hasta el Tribunal de La Haya llaman un act of God y no un resultado de la irresponsibilidad de un capitán mentecato. Celebremos que nuestros jueces se hayan unido a una visión panteísta del mundo y atribuyan a un Deus sive natura las causas malignas de lo que sucede. Vamos, que podría ser cierto aquello de que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa.

Por esta senda, pronto (¿dentro de un lustro?) se decidirá que el reciente accidente de tren en Santiago fue un acto de la divina providencia. Senda que podría conducir a declarar que el terrorismo es fruto de la opresión contra una minoría y que por lo tanto es justificable moralmente y en el fondo no es tan malo. Nunca lo es, por mucho que la razón sociológica nos haga entender algunas, no todas, de sus causas. Como dicen los franceses, tout comprende est tout pardoner; o nosotros: no hay mal que por bien no venga. Falacia tremenda.

Su aspecto más cruel surge cuando los responsables atribuyen su conducta dañina a la presunta obediencia debida a sus superiores («solo cumplo órdenes», aduce el sicario transformado en burócrata), pero también aparece en la vida corriente: hay quienes cumplen sin chistar lo que saben que daña. No solo el probo funcionario ejecuta, sin molestarse a informar a sus superiores, tareas que sabe que a veces tienen consecuencias nocivas para gentes que podrían ahorrarse las atenciones innecesarias de la Administración, sino que muchos más son los que optan por la vía cómoda del fatalismo. A ver si va a resultar que una decisión errónea de un Gobierno es también un act of God, es decir, de obligado cumplimiento.

Ya va siendo hora de que la filosofía moral contemporánea se enfrente con este neofatalismo propio de la civilización occidental que en todo quiere ver causas naturales explicables. Fue en nuestra cultura donde el asesino empezó a ser tratado como un psicópata, como enfermo, y no como asesino, que es lo que normalmente es. Hemos acabado tratando las calamidades como actos de Dios, es decir, hemos vuelto a las cavernas de la ética tribal y primitiva.

Muchos pensarán que la hecatombe actual de Filipinas, de nuestras queridas islas Filipinas, la ha provocado un tifón y solo un tifón. Únicamente algún observador -y, como quien dice, de paso- ha aludido a lo que está ocurriendo con la mudanza climática del mundo. ¿Es esta también anónima? ¿No tienen los gobiernos una responsabilidad por no ponerse nunca de acuerdo en sus patéticas reuniones internacionales dedicadas a hablar y no hacer nada? ¿Y no la tenemos usted y yo, los moradores de países opulentos -no, no olvido la crisis, digo opulentos, aunque usted no llegue a fin de mes-, al destruir la naturaleza como lo hacemos? ¿Creen ustedes que el estercolero que es ahora el Mediterráneo es un acto de Dios? ¿No tendrán alguna responsabilidad los cruceros que arrojan basura por la borda pero también los alegres cruceristas que no exigen unas normas mínimas de protección al mar del que gozan durante su despreocupada singladura? ¿Es que los valientes militantes de Greenpeace son solo unos locos idealistas y no seres responsables, admirables y enteramente racionales?

El hecho de que sea muy difícil trazar la responsabilidad entre los destructores del ambiente natural y las catástrofes ayer de Doñana y de Haití (¿o se han olvidado ya de ellas?), hoy de Filipinas y mañana de cualquier lugar de Europa no justifica que no las haya, ni mucho menos que no intentemos señalar culpables y tomar las medidas drásticas de protección ambiental que sea menester. Catástrofes naturales, haberlas haylas. Nadie lo niega. Pero también están las que lo parecen y son, en realidad, fruto de la estupidez (por no decir la maldad) de los humanos. No se entiende por qué, en este mundo que se quiere a sí mismo avanzado y ligado al progreso moral, hemos decidido hacernos místicos y atribuir a la divina o natural voluntad la culpa de los daños. Así, eso sí, nos quitamos la culpa -es decir, la responsabilidad- de encima.