¿Lo sabrá Wert?

EVA PERUGA

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¿Cuántos años hace que España vive en democracia? (Casi 40) ¿Cuántas reformas de enseñanza? (Siete) ¿Cuántos informes PISA arrojados a la cabeza del adversario político? (Todos) El despegue de España ha coincidido con la uniformización del modelo educativo, que se aleja de la tradición europea para sumergirse en la realidad de EEUU, la potencia cultural dominante. Las personas expertas, las dedicadas a la enseñanza, los padres y las madres reaccionan con preocupación ante los datos que nos sitúan en mal lugar en matemáticas o comprensión lectora. Pero no hace falta fijarse en las evaluaciones más rigurosas para darse cuenta de que la educación es profundamente deficitaria porque su objetivo final no es forjar personas sino formar destacadas ingenieras o mecánicos.

¿No representa un fracaso rotundo que una escolar, de 14 años, haya sido asesinada por su exnovio, de 18? ¿No merece esta quiebra en la base de la misma educación una condena de los responsables del ramo y una reflexión pública sobre el tipo de enseñanza que se quiere? Repasemos: el modelo de familia en el que vive el joven, si recibió formación sobre la igualdad en la sociedad, si en la reciente ley Wert se aborda esta cuestión, la capacitación del profesorado del joven en materia de igualdad, las series que mira el muchacho, la publicidad y los medios de comunicación. Esta enumeración no es para concluir que la sociedad tiene la culpa, sino para visualizar todos los terrenos en los que se puede incidir y actuar para matar la larva del machismo, convertida de adulta en asesina de mujeres. Los menores, dice el manual, reproducen aquello que ven. Es evidente que sin un contrapeso durante su educación. Así lo dice esta cifra: los casos de violencia de género protagonizados por menores han crecido un 33% en un año. Nos hemos puesto a computar este fracaso sin haber solventado el ya conocido: el asesinato de casi 40 mujeres este año. Los expertos tiran de la concepción errónea del amor en las jóvenes, aquel invento del romanticismo, en el que ellas están condenadas a sufrir para conseguir el premio, el príncipe azul, que ejerce con mano de hierro. Pero mejor mostremos las cartas: la educación en igualdad no consta. Ni en los textos, ni en los libros de lectura, ni en las actitudes del profesorado ni en las leyes que se ocupan de que los menores sepan leer y escribir. La educación ha dejado de ser ambiciosa porque desiste de su mayor dificultad: la persona. La educación integral ha dejado paso al reto del inglés.  El balance de asesinadas por violencia machista indica que ellas y la mayoría de sus agresores fueron educados en democracia. Ellas, entre los 21 y los 40 años. Ellos, entre los 21 y los 50. Y bajando. Parece una gran verdad: la educación necesita un cambio profundo. Eso, suponemos, llegará después de articular palabras y frases huecas en inglés.

Las cadenas del pasado nos atan a pesar de tener una enorme población universitaria y nos impiden construir una sociedad libre de violencia. Los expertos y los centros de asistencia constatan el fuerte aumento de las peticiones de ayuda de chicas cada vez más jóvenes.

El Institut Català Internacional per la Pau (ICIP) publica La no violència a l'educació, del filósofo francés Jean-Marie Muller. Sostiene el autor: «La misión de las escuelas es la de enseñar los valores fundadores de la democracia: la no violencia y el respeto». Y considera que «la educación en la violencia empieza por la no violencia en la educación». El reto es tan enorme que la construcción de nuevas identidades no puede hacerse solo desde los gabinetes de psicología. La joven paquistaní Malala Yousafzai, de 16 años, recibe el Premio Sajarov 2013 porque se juega la vida por lo prioritario: la educación. Aquí seguimos atrancados en el segundo nivel. Ellas mueren por ello. ¿Lo sabrá Wert?