Sexo ruso
El defensor de la infancia quiere que se imparta educación sexual basada en la literatura del siglo XIX
Salvador Giner
Sociólogo
SALVADOR GINER
El abogado oficial de la infancia rusa es Pavel Astakhov. Su misión es protegerla con las armas de la ley. Es una suerte de fiscal general de niños y adolescentes. Astakhov ha declarado estar absolutamente en contra de toda forma de educación sexual en las escuelas. Esta luminaria pedagógica, de cuyos servicios goza la inmensa Madre Rusia, ha recomendado que la educación sexual se realice a través de un buen conocimiento de su literatura. Los múltiples admiradores que tienen Gogol, Pushkin, Dostoievski, Tolstoi y Chéjov en todo el mundo jamás habíamos pensado que la lectura de su inmortal legado podía ser tan didáctico en el fascinante terreno de la sexualidad y el erotismo humanos, por lo menos en el sentido estrictamente escolar del término.
Hay pocas literaturas que hayan explorado con mayor profundidad y belleza la dimensión erótica y amatoria de nuestra especie. ¿Quién no se ha emocionado con la tragedia de Anna Karenina, con sus desgraciados amores con el oficial Vronsky y su suicido ferroviario? ¿Quién no ha reído y hasta sufrido con las crónicas aventuras y desmesuras del padre del los Karamázov? ¿Quién no ha gozado, por lo menos estéticamente, de la inmensa originalidad de la Lolita de Valdímir Nabokov? ¿A quién puede antojársele que estas y tantas otras obras con que nos ha enriquecido la literatura rusa sean tratados de educación sexual para adolescentes? Salvo de un modo indirecto, muy indirecto, poca cosa tienen que decir sobre el uso de profilácticos y preservativos, sobre los peligros de un sexo demasiado temprano en el siglo XXI, sobre la fecundidad femenina, la facilidad de una involuntaria preñez, y menos aún sobre los peligros de las enfermedades venéreas en nuestros días. Mas nada de ello arredra al peculiar señor fiscal de la infancia que por ella vela en Rusia.
Imagínense a los niños rusos intentando descubrir y buscar consejo en las páginas que Pushkin compuso sobre la vida de Eugeni Oníeguin en, bueno, 1833, con el fin de entender las relaciones sexuales prevalecientes en este siglo XXI en la Santa Rusia. O echar mano de Dostoievski para comprender la relación potente que existe entre la represión sexual y la vida mística en la intensa conciencia del menor de los hermanos Karamázov. Y todo esto, naturalmente, durante la tierna edad que va de los 8 años a los 17. Porque, sin que sorprenda a nadie la estadística, casi la totalidad de los rusos mayores de dichos 17 años han perdido su virginidad, o conocen bastante a fondo lo que es una vida sexual.
Rusia, igual que muchos otros países otrora soviéticos, no necesita pazguatos con cargo burocrático para establecer las reglas sexuales del juego de la ciudadanía. Si el poco talento que muestra el aguafiestas oficial del erotismo ruso se aplicara a la verdadera protección de la práctica sexual de la adolescencia, Rusia saldría ganando. Pero Rusia, con todo y con ser inmensa en su tamaño, no es más que otro país.
En la India -donde no hay cargos oficiales como el que ostenta este insensato- la gente joven aprende con pasmosa celeridad sobre el sexo, el erotismo y hasta el amor. Y ello no impide, desgraciadamente, que estén ocurriendo tantos casos de violaciones y maltratos a las mujeres como los que hoy, afortunadamente, han movido a tantísimas ciudadanas -y ciudadanos- a exigir que se ponga fin de una vez a lo que eufemísticamente muchos llaman «violencia de género» así como a las violaciones y crueldades a que son sometidas mujeres y niñas en aquel país. Esos son problemas y no los que imagina el fiscal de marras.
Lo son también en nuestro país, y de qué manera, como sabemos todos. Y son problemas, a menudo tragedias, de mucha mayor importancia que no resuelve la mera lectura de la literatura clásica. La inmensidad de la mentecatez del fiscal ruso de la infancia es tal que solo podría compararse con la de un fiscal general del Reino de España que nos recomendara leer la inmortal Regenta de Clarín o el Poema de Mío Cid, con sus desgraciadas doña Elvira y doña Sol, para educar en los intríngulis y recovecos del erotismo, el sexo y el amor, a nuestros mozos y mozuelos. A ellos, a menudo, con ir a la discoteca, les basta. Sociólogo.
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