La salud y el trabajo
El 'mobbing' como coste económico
La integración de las empresas genera fenómenos de resistencia por la pérdida de independiencia
Francesc Reguant
Economista. Miembro del comité asesor de la Acatcor (Associació Catalana de Comunitats de Regants).
FRANCESC REGUANT
El director de una empresa solicitó mi opinión acerca de un problema que se había generado tras un nuevo fichaje. Mi respuesta fue clara, aunque quizá no usé una palabra políticamente correcta. «Estás ante un problema de celos -le dije-, todo el ruido que oyes es resistencia a una persona competente que ha entrado en tu equipo». La respuesta me sorprendió: «No puedo aceptar un argumento en la esfera de lo personal para tratar un problema profesional». Efectivamente, los celos son considerados algo privado, no un problema de empresa. Sin embargo, sus consecuencias son devastadoras.
Hasta hace bien poco el acoso laboral «no existía». A las víctimas que caían en una depresión se las trataba como enfermas y tema resuelto. Cuando las víctimas han pasado a ser legión, el tema ha entrado en el apartado de defensa de los derechos de los trabajadores. Ello no obstante, tras la puerta del acoso laboral entran también falsas víctimas, manipuladoras de un problema real y a la postre denigradoras de su verdadero valor. Es algo contra lo que también nos previenen los expertos. En ello merece una cita de lucidez, Marie-France Hirigoyen (Malaise dans le travail)
Sin embargo, el mobbing debe dar el salto definitivo para incorporarse a la cuenta de resultados de la empresa. El acoso laboral es un problema de costes. Y si se trata de un tema de costes quizá se entienda mejor. A partir de procesos vinculados a lo que podríamos denominar rivalidad patológica, bajo el síndrome de los celos y la envidia, las empresas pierden o incapacitan a activos humanos de primera división, sosteniendo así la mediocridad.
Un destello de clarividencia la encontramos ya en los años 50 cuando C. Northcote Parkinson, en uno de sus incisivos escritos cargados de humor nos hablaba de la incelositis como enfermedad paralizante de las empresas. Este mal estaría formado por dos componentes -incompetencia y celos- que todos los individuos poseeríamos, pero en dosis determinadas produciría la parálisis de la empresa. Según este autor, la incelositis se expresa cuando un superior jerárquico promociona al subordinado menos capacitado para evitar futuras rivalidades. Este proceso se repite en diversos ciclos promocionales hasta dejar a la empresa sin capacidad, sin ideas y sin imaginación.
Sin contar con estadísticas que puedan avalarlo, existe la sensación de que este problema aumenta exponencialmente en los últimos años. ¿Es fruto de una conciencia superior sobre esta realidad o más bien obedece a causas estructurales relevantes? Me inclino por lo segundo, sintetizado en dos fenómenos actuales, uno interno y otro relativo al propio sistema económico en el nuevo entorno global y de crisis, todos ellos con la inseguridad como fondo.
Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, la integración de sistemas para la gestión de la empresa pasa por procesos de reingeniería que rompen con la independencia funcional de múltiples unidades orgánicas hasta integrar todas ellas en un todo corporativo interdependiente. Se trata de una nueva cultura de empresa. Ello genera no pocas resistencias donde las formas de rivalidad patológica son frecuentes. Hay que remarcar que la integración de sistemas es un proceso positivo. Como resultado -si se hace bien- obtenemos organizaciones más competitivas, pero también más sanas desde un punto de vista de gestión y de relaciones profesionales internas. En este sentido, la tolerancia de estas resistencias redunda en el bloqueo o destrucción personal de los líderes de la integración con costes para la empresa bajo el signo de la mediocridad.
Desde otro enfoque, en el entorno global, los procesos de outsourcing y deslocalización a escala mundial junto con el incremento de las formas precarias de contratación y el fantasma del paro como riesgo cotidiano, están rompiendo las bases de la seguridad personal. Richard Sennett pone el dedo en la llaga: «El vínculo social surge básicamente de dependencia mutua». Sin embargo, «todos los dogmas del nuevo orden tratan la dependencia como una condición vergonzosa». Es una cultura temeraria.
Entre tanto, mientras no se encuentran vacunas o sedantes adecuados, surgen crecientes situaciones próximas al concepto del mobbing; movimientos defensivos erróneamente dirigidos hacia víctimas cercanas que nada tienen que ver ni con el problema ni con la solución pero que expresan esta ansiedad producto de la desestabilización y la inseguridad. Curiosamente, los acosadores modernos son, a veces, francotiradores inconscientes contra un orden social francamente mejorable. Al igual que en los albores de la sociedad industrial se destruían máquinas, en este nuevo escenario se destruyen personas, muy a menudo las más válidas. Una mala inversión.
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