Los SÁBADOS, CIENCIA

El tamaño como leyenda

Los cerebros más evolucionados no son los más grandes, sino los más densos en neuronas

El tamaño como leyenda_MEDIA_2

El tamaño como leyenda_MEDIA_2

JORGE WAGENSBERG

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Conocimiento sin crítica es más preocupante que crítica sin conocimiento. La primera alarma de que algo no va bien se enciende cuando alguien se toma la crítica como una deslealtad. Es el preámbulo del misterio, de la superstición y de la leyenda. Para la ciencia, un misterio es solo una comprensión fallida, y una superstición, un mero placebo existencial.

Pero a veces, cuando la crítica baja la guardia, ocurre que una minúscula fluctuación de creencia individual se amplifica y acaba arrastrando a todo el pensamiento colectivo sin que nadie sepa bien de dónde procede ni cómo ha llegado hasta allí. Son las leyendas científicas, y haberlas las hay. Todo empieza con algo que suena verosímil y que se propaga sin demasiada resistencia. Luego resulta que ese algo es muy eficiente para perpetuarse a sí mismo por simple tradición y, sobre todo, muy eficaz a la hora de sostener otros argumentos. Y así, poco a poco, la idea gana solera y rango de verdad consolidada.

A veces, uno duda de ciertas afirmaciones recurrentes, pero tiende a alejar el fantasma porque no en vano el sentido crítico se le supone al científico como el valor se le supone al soldado. Un ejemplo: hace años que me intriga la afición que tienen los paleoantropólogos por el volumen del cerebro como un indicio fiable del grado de humanización de un individuo.

Se diría (hace tiempo que se dice) que el tamaño sí importa para homínidos y homos. Y eso a pesar de por lo menos dos flagrantes excepciones. Una es por exceso: elHomo neardentalensis nos precede en la evolución y sin embargo su cerebro era algo mayor que el nuestro. La otra es por defecto: elHomo floresiensises un individuo del género homo que vivió hace solo 12.000 años en la isla indonesia de Flores y sin embargo su cerebro era minúsculo, comparable al de un chimpancé (426 centímetros cúbicos) o al delAustrolopitecus aferensis,el primer bípedo que vivió hace más de cuatro millones de años.

La frase que dice que la excepción confirma la regla es una de las más absurdas que se pueden pronunciar en ciencia. Recuerdo que una vez decidí dejar de dudar en la intimidad y, en un congreso que tenía lugar en el museo, le pregunté aJuan Luis Arsuaga: «Oye¿ si el tamaño del cerebro importa tanto, ¿por qué no escriben poemas los elefantes?». «Por favor, ¡somos profesionales!», me contestó. Un intento de respuesta algo más piadoso consiste en aludir al tamaño relativo del cerebro respecto del resto del cuerpo. Está claro: si dividimos el tamaño del cerebro por el del cuerpo completo, entonces -uf, ¡qué alivio!- elefantes y ballenas quedan por detrás de los humanos. Pero si de lo que se trata es de escribir un poema, ¿cómo puede molestar la parte del cuerpo que no es cerebro a la parte del cuerpo que sí lo es? ¿Disminuyen acaso las prestaciones de un ordenador por atornillarlo a un lastre de cien kilos? Ya lo sabemos, el volumen del cerebro persiste intacto en el registro fósil, cosa que no ocurre con la densidad de sus neuronas. Quizá eso haya favorecido que la leyenda del tamaño haya llegado hasta aquí, sí, pero no ha sido para quedarse.

Suzana Herculano-Houzeles una joven neurofisióloga brasileña que en el 2001 preparaba, con su colegaRoberto Lent,la publicación de un libro sobre el cerebro con el sugestivo títuloCien mil millones de neuronas.De repente,Suzanase quedó mirando aLenty le soltó: «¿Cien mil millones de neuronas? ¿Seguro? ¿Quién las ha contado?» Ambos deciden entonces revisar concienzudamente toda la información disponible de cabo a rabo. Nada: nadie había contado nunca el número total de neuronas de un cerebro. Más aún, otro dato muy asentado es que hay diez células glia (células de soporte) por cada neurona. Nada: tampoco había el menor rastro sobre ello.Suzanainventa entonces un fino y preciso sistema de contaje llamado fraccionador isotópico, que consiste en hacer un zumo de cerebro en el que no sobreviven las células pero sí sus núcleos. Y un alumno deLentllamadoFrancisco Acevedo se pone pacientemente manos a la obra. La sorpresa es mayúscula. El cerebro humano no tiene 100.000 millones de neuronas como reza la leyenda, sino una media de solo 85.000 mil millones. Además, la proporción de células glia respecto de las neuronas no es de diez a uno sino de uno a uno.

El equipo deSuzanase pone a estudiar también la población neuronal de todos los pasajeros del Arca de Noé. Ahora sabemos que las enormes cabezotas de los elefantes apenas alojan unos treinta mil millones de neuronas, lo que supone un déficit de trillones de conexiones respecto de los humanos. Ahora se comprende mejor por qué no escriben poemas. Ahora sabemos también que los cerebros más densos en neuronas del reino corresponden a primates y a cetáceos. Los números y la intuición se reconcilian. Fin de la leyenda. Ahora sí.