Dos miradas

Cardenal Martini

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Dijo hace poco, justo antes de entrar en la agonía, en su última entrevista: «La Iglesia ha retrocedido 200 años. ¿Por qué no se mueve? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de coraje?». Carlo Maria Martini fue enterrado ayer en el Duomo de Milán, en medio de un respeto popular que se ganó gracias a las virtudes que no dejó de practicar nunca: la inquietud intelectual, el diálogo, la duda permanente, la voluntad de compartir los espacios de la fe y de la racionalidad, el entendimiento con sectores laicos e incluso abiertamente contrarios a la doctrina oficial, la intermediación en momentos trágicos de la historia italiana. Martini pudo ser Papa, pero terminó con un retiro casi monástico en Jerusalén, desde donde siguió explorando los límites de sus creencias y las fronteras que muy pocos se atrevieron a cruzar. Ocupó durante años un espacio en el Corriere, desde donde contestaba cartas de los lectores, y estableció con Umberto Eco una espléndida conversación («In cosa crede chi non crede?») que es un ejemplo de horizontes amplios y conciencia crítica. Dijo a un interlocutor: «A pesar de la diferencia entre mis creencias y su falta de fe, somos iguales, como hombres que viven en el estupor ante la vida».

Martini rehusó lo que se conoce como ensañamiento terapéutico, justamente lo que fue exhibido con aura de santidad en la muerte de Juan Pablo II. Una última lección del cardenal.