Dos miradas

Una morgue mugrienta

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Afinales del siglo XIX, en París, la Morgue era una atracción ciudadana. Se exhibían los cuerpos anónimos de todos aquellos que habían muerto en circunstancias violentas y también los desconocidos que no tenían ningún familiar que los quisiera enterrar. La razón era plausible: de este modo se facilitaba su identificación. Los exponían en una sala de un nivel inferior, apoyados en un panel para que una ligera inclinación del cuerpo permitiera una mejor vista. En el piso de arriba, tras una cristalera, los parisinos observaban el quieto espectáculo. Al final, y más allá de la intención oficial, la Morgue se convirtió en un lugar de peregrinación festiva. La entrada era gratuita y muchos ciudadanos, de todas las edades, convertían la contemplación en un pasatiempo, ciertamente macabro. No se trataba, por supuesto, de descubrir qué persona se escondía tras el rostro blanquecino e ignoto, sino de asistir a una cierta teatralización del deceso, a una ceremonia festiva y compartida.

Ese tanatorio francés ahora se ha trasladado a Misrata, a las antiguas instalaciones de un mercado de carne reconvertido en depósito donde yacen los restos deGadafi sobre un colchón ensangrentado y mugriento. El espectáculo se centra aquí en la constatación de la muerte y del fallecido. Saben quién es, quieren oler su descomposición, certificar con una foto que estaban justo en el lugar donde el monstruo les convertía, a ellos también, en monstruos...