Dos miradas de verano

Almendros de Banyoles

Josep Maria Fonalleras

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Hoy es un buen día para hablar de las fiestas mayores. La Virgen de agosto (cuando ya oscurece a las siete, al menos en épocas pretéritas y antes de las idas y venidas del reloj oficial) significa a la vez el punto culminante del verano y el anuncio de su declive. Medio país cierra hoy sus puertas del día a día y abre las de la excepcionalidad festiva. ¿Existen aún los contundentes asados hechos con cariño, de sabor intenso, rotundos, con los que se celebraba una fecha tan significativa? En casa de mis abuelos, en Banyoles, la Virgen de agosto era la llamada «fiesta pequeña», porque alguien había tenido la ocurrencia de entregar la fe del pueblo a sanMartirià, en pleno mes de octubre. En otoño, sin embargo, los días empiezan a ser demasiado cortos y demasiado fríos, y había que aprovechar como fuera las jornadas solares y aquellas tardes «que no mueren nunca», como decía el poeta, bajo la sombra acogedora de los plátanos de la plaza mayor. Se hacían fenomenales sardanas que mezclaban la euforia de unos acordes vibrantes con la melancolía de unas tonadas que evocaban la presencia de todos aquellos que ya no estaban. Yo recuerdo, sobre todo, unos helados almendrados que vendían en el bar Plaça y que he sabido, 40 años después, que se elaboran en Felanitx. He vuelto a degustarlos y, con el almendrado, han vuelto el asado, el rostro angelical de mi abuela, el adusto gesto campesino del abueloSidro.