Epidermis y absoluto

La felicidad absoluta debe de parecerse mucho a lo que vivimos la noche del sábado. Todos sabemos que hay que afrontar el triunfo y la derrota como si fueran impostores, es decir, con la serenidad de quien se atreve a controlar el destino. Lo dijoKipling y también lo podemos leer en elEclesiastés.Hay un tiempo para cada cosa. Pero ahora es el tiempo de la celebración y conviene que nos sumerjamos en ella con la convicción de quien sabe que existe la tristeza y de quien se imagina, aunque solo sea un espejismo, que es posible vivir un instante de claridad: la ceguera irrenunciable ante el estallido. Mi amigo Jaume Subirana,poeta, me escribe para comentar la hazaña del Barça y dice que es como un buen poema. No se puede explicar. Para razonar sobre la belleza podemos escribir tesis doctorales y podemos analizar con detalle cuáles son los mecanismos que el artista pone en práctica para provocar el éxtasis estético. Quizá sí. Pero la sabiduría del erudito y la perspicacia del crítico no son capaces de reproducir la ilusión ingenua, inmediata, explosiva, que la obra de arte, el poema perfecto, generan en el lector cuando se acerca por primera vez.Subiranatiene razón: una maravilla como la del sábado solo se puede vivir. Una joya respirada, sudada, emotiva, que guardamos en el cajón de los recuerdos y que evocaremos con dosis homeopáticas cuando la fortuna nos dé la espalda. Es en esta epidermis donde descubrimos lo absoluto.